Los veranos de mi pueblo

Qué bonito es veranear en la playa de mi pueblo, pensó un poco piripi, mientras arrastrando la maleta

Conforme se acercaba a su destino, podía ver como un mar de un azul intenso, iba ocupando el horizonte. Casi podía percibir su olor, aunque sabía que era absolutamente imposible, que entrase la brisa marina a través de las ventanas del autobús-iglú, cerradas herméticamente. Sabía que era verano, estaba completamente segura, parecía que las calles iban a arder por generación espontánea, sin embargo en el interior del vehículo que la transportaba, el frío era glaciar. Justo antes de congelarse, llegaba a la parada, a la hora del aperitivo, antes del almuerzo. Nada más bajarse del autobús, su vecina Pepita salió a saludarla. Estaba sentada en el chiringuito de la esquina, con su bata de lunares y bolsillos, sus chanclas de flores rojas, grandes como girasoles avergonzados, eran el último grito de la moda china. El marido no tardó en acercarse, estaba paseando al mini-perro, que dormía en un cesto en la terraza. No cabía dentro de la casa, ya dormían siete en dos dormitorios, ella decía: por la noche, cuando se cierra la puerta, todo son camas, colchones y niños por los suelos, y durante el día, a la calle a jugar, que es verano!. El look de mi vecino era impecable: camiseta ferry de manga sisa, chanclas de cuero, pantalón corto y unos calcetines negros, que le daban un caché veraniego a su atuendo, cuyo broche de oro eran sus patillas tintadas con "just for men". En un santiamén, estaba cruzando la piscina y un intenso olor a sardinas asadas la asaltó, junto con una cerveza fresquita que le ofrecía su vecino del quinto. Qué bonito es veranear en la playa de mi pueblo, pensó un poco piripi, mientras arrastrando la maleta, intentaba llegar a su casa, sin tropezar en el escalón asesino de la entrada. Después de una siesta de las que hacen época, se duchó y bajó al paseo marítimo, donde vecinos y visitantes daban vueltas de arriba abajo, y de abajo arriba. Paseo, pipas y "pa casa", la mejor diversión de "Mirami beach" para los maduritos. En el cielo, una enorme luna anaranjada, amenazaba con caer sobre el mar y teñirlo de rojo intenso, mientras decenas de jóvenes bailaban en la playa, al ritmo de la bachata, esperando que el amanecer los sorprendiera allí y los arrollara con su sol abrasador. Imágenes vivas de lo que años más tarde serán recuerdos de juventudes pasadas, como lo son hoy para quienes los miran desde el balcón de unos ojos grises y gastados.

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