La bitácora

félix De Moya

La verdad judicial

PARA cualquiera que se haya criado a los pechos del argumentario de la justicia social, los tiempos que vivimos resultan difícilmente aprehensibles. De un tiempo a esta parte, referirse a la realidad o mucho más a la verdad es interpretado como fruto de una actitud naif. La verdad ya no sólo no está de moda, sino que tampoco resulta un tema de conversación para gente bien informada. De la realidad como referente de nuestros pensamientos, mejor ni hablamos. Hace ya demasiado tiempo que tanto de lo uno como de lo otro nos enteramos cuando leemos el periódico, oímos la radio o vemos la televisión. Estos días, sin ir más lejos, hemos venido disfrutando de algunas evidencias en este sentido. Los casos Bretón y Bárcenas nos han dado diversas ocasiones de experimentar cómo no importa qué haya pasado, cual haya sido el comportamiento de uno u otro, lo único que importa es lo que se podrá probar ante el juez. La llamada verdad judicial. Incluso algunos reaccionan airadamente cuando se pretende sacar cualquier tipo de conclusión racional a partir de las evidencias disponibles. El análisis político más somero está sometido sistemáticamente a la dictadura de la verdad judicial. Hasta el punto de que se llega a especular con la idea de que todo aquello que no se pruebe ante el juez, no ha ocurrido. Incluso si se prueba, pero ha prescrito, tampoco ha sucedido. La verdad judicial se enseñorea a nuestro alrededor como si ninguna otra realidad más que la que cabe en las estrecheces de lo probado, existiese. Así, Bárcenas puede no ser lo que parece si al final de su peripecia judicial no resulta condenado. Muchos tendríamos entonces que avergonzarnos por decir hoy que es un sinvergüenza. Pero, aún más, quienes se beneficiaron de sus dádivas periódicas, en la medida en que no resulten culpables más que de poner la mano, que no es delito si declaras su contenido, nadie podrá hacerles el más ligero reproche. ¿Por qué tendríamos derecho a hacérselo nosotros, si no se lo hizo el juez? La verdad judicial de nuevo como único referente, como si nada existiera más allá.

Esta recurrencia sistemática en la opinión pública a la verdad judicial no es más que una forma de achicar el campo de la crítica política. Parece una suerte de tecnicismo orientado a convertir el debate político en una crónica de tribunales que siempre termina con una declaración que enfatiza el respeto más profundo por la independencia judicial.

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