A mediados de este mes, la Comisión Europea debe presentar su catálogo de actividades económicas verdes, en el que ha incluido para sopresa de muchos la generación eléctrica de origen nuclear y la de combustión de gas natural. Ha mezclado las ovejas churras con las merinas en un intento de contentar tanto a Francia como Alemania, que tienen visiones opuestas sobre el uso de estos dos tipos de generación.

Verán, la energía nuclear no es que sea verde, pero tampoco es gris; es decir, que salvo accidente grave, su contribución a la emisión de gases de efecto invernaderos, que es de lo que se trata, es cero. No ocurre lo mismo con el gas natural.

En España, ese tipo tan visionario llamado Rodrigo Rato -se marchó del FMI antes de que alguien se diese cuenta- plantó centrales de gas natural por media España, pero no se las denominó así, sino centrales de ciclo combinado, que es más técnico y que, además, oculta el origen de su generación. El gas es un combustible fósil que se quema para producir energía eléctrica, aunque es cierto que contamina menos que el fuel y mucho menos que el carbón. Pero emite dióxido de carbono, con lo que contribuye al calentamiento global.

No ocurre lo mismo con la energía nuclear. No se genera desde la combustión, sino de la fisión de átomos, por lo que el residuo no se vierte a la atmósfera, sino que se extrae, se empaqueta y se aisla porque es altamente radioactivo. Ese sí es un problema de la nuclear.

A diferencia de las energías verdes, cuya generación es inconstante, y la del gas natural, cuyo suministro procede de países inestables o poco recomendables, la nuclear aporta estabilidad al sistema general, por lo que es una buena acompañante para la transición ecológica en la que Bruselas ha empeñado su palabra. Francia lo sabe y lo ha hecho saber, de ahí que Bruselas haya tenido que aceptarla.

Otra cosa es el gas. Angela Merkel entró en modo pánico después del accidente de Fukushima, y ordenó el cierre de las nucleares en un país donde los Verdes, que hoy forman parte de su Gobierno, nacieron de esa tradición rojiverde. Es Alemania la que más se ha opuesto a incluir a la nuclear en el catálogo verde, de ahí que, para compensar, Ursula von der Leyen haya querido añadir el gas natural a un catálogo que, de ser así, sería un despropósito, y la Unión Europea no podría desplegar su ejemplo en el resto del mundo.

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