Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Ni vida ni bolsa

Los gobernantes no pueden someter a los ciudadanos a una intolerable presión permanente

En momentos trágicos con la terrible pandemia -los granadinos estamos en primera línea de contagios y padecimientos- hay una responsabilidad compartida entre gobernantes, políticos, científicos, sanitarios y ciudadanos para intentar hacer frente al enemigo cruel. He escrito, desde los comienzos del esparcimiento del coronavirus, de fracasos colectivos, el primero de ellos del Gobierno central, desdeñando avisos de autoridades sanitarias, pese a lo cual se permitieron, irresponsablemente, multitudinarias manifestaciones políticas, sociales, deportivas en todo el país que provocaron una masiva proliferación de contagios que, días después , obligó al confinamiento total del país, aceptado cívicamente, olvidándonos de que los mismos responsables políticos y sanitarios -el doctor Simón, por ejemplo, que ha hecho chistes de los muertos o de las 'enfermeras contagiosas'- negaron en sus comienzos, siguiendo, la pauta de Trump, Johnson (rectificada) o Bolsonaro, la peligrosidad del Covid y de esas aglomeraciones. Pero también ha fracasado el sistema sanitario, cuando se ha demostrado no estar preparado para una situación extrema, por medios y personal insuficiente -que se ha esforzado hasta el extremo de no pocos de ellos haber dado sus vidas por atendernos- y fracaso de parte de la sociedad que, una vez liberada de sus arrestos se ha lanzado a un frenético festín, con protagonismo juvenil.

Pero admitidas esas premisas, no parece aceptable que los gobiernos sometan a los ciudadanos a una intolerable presión permanente con el dilema de salvar la vida o la bolsa, cosa que sólo es compatible en un vulgar atraco, como si los gobernantes, sean centrales o autonómicos, no tuviesen ellos que defender ambos derechos y, en todo caso, no delegar en los ciudadanos la responsabilidad de elegir entre su vida y su salud o su subsistencia y la de su familia, su trabajo y hasta su libertad. Si en pleno confinamiento total en la primera ola se han contabilizado más de 50.000 fallecidos, la cifra más alta proporcionalmente de toda Europa y se ha desplomado la economía, ¿quién confía en gobernantes y políticos de distinto signo? Los fallecidos, de ayer y de cada día, se han ido en crueles circunstancias sin haber podido estrechar la mano ni recibir un último beso de un ser querido. No creo que hayan pensado, en sus últimos momentos de lucidez, que se ha hecho todo lo posible para salvarlos o, al menos, para no haber llegado a esa situación.

Ahora se baraja otro confinamiento domiciliario -arresto hay que llamarlo porque ya está bien de eufemismos- presentado como única solución para salvar vidas. Lo aceptaremos, sin duda, dejando a un lado libertades y derechos fundamentales. Pero no nos lo planteen como un chantaje los que tienen asegurada su vida, su trabajo y sus bolsas suculentas

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