Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Sin vidas, vivimos

Privados de vidas auténticas, seguimos viviendo, cuidándonos, presumiendo, para gustar y para gustarnos

Parece que a todos nos gusta que nos miren bien. Hay quien afirma que la mirada del hombre es fundamental para la mujer que hace lo posible para que la miren los hombres. Muchos hombres están dispuestos a dejar de mirar a las mujeres en cuanto ellas, ante notario, renuncien a sus miradas. Pero las mujeres no se arreglan sólo para que las miren, también -declaran muchas-, para sentirse bien con ellas mismas. En situaciones excepcionales, como pandemias o guerras, el ponerse rímel en los ojos (la única parte de la cara que ahora no tapa la mascarilla), o pintarse los labios, es como un exorcismo de normalidad para sobrellevar el horror. Contaba mi madre que el barbero de mi padre, hombre de derechas, salvó la vida, en Villanueva del Arzobispo, porque peinaba a las milicianas que siguieron reclamando sus servicios en plena contienda civil y que lo protegieron con un salvoconducto a la belleza. Hay un cierto revuelo entre mujeres confinadas porque el rímel no está entre los productos esenciales. Sí, los salvaslips o los tintes del pelo. Una mujer de 80 años, queriendo ocultar sus canas, le pidió a su vecina, que le comprara en la perfumería tinte para el pelo, advirtiéndole del riesgo que corría a sus años: ¡20 menos que la anciana! Teresa León (1903-1988), chica muy guapa, militante comunista, escritora brillante, echa en falta, en Memoria de la Melancolía (1970), la mirada del hombre, como muchas mujeres que se han dolido siempre de haber perdido con la edad esa magnética visibilidad de que disfrutaron de jóvenes. Compañera de Alberti, Teresa, asimismo, se queja de que el invierno de la vejez le haya robado las primaveras de su vida. Esperemos que a nosotros nos roben solo un mes de abril. Este bloguero de arrabal, de ser mujer, evitaría culpabilizar la mirada de los hombres, en general. Teresa, que, por supuesto, prefería las "hermosas miradas", expresa su miedo "a borrase para los ojos de los transeúntes y a que no la viera nadie". Las miradas pegajosas, son feas y agresivas. Pero el hombre no puede dejar de mirar a la mujer. Muchos procuran hacerlo de soslayo, para no molestar y para disimular su dependencia. El rímel, de uso inmemorial, resulta, ahora que el burka del coronavirus ha secuestrado el cuerpo de la mujer, imprescindible para gustar y para gustarse. Se lo he oído decir a muchas.

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