La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El virus y los fantasmas de Scrooge

Quienes amamos la Navidad nos quedamos perplejos al constatar que este año gustan a cuantos decían aborrecerlas

Que me lo expliquen, por favor. Quienes amamos la Navidad nos sentíamos una minoría oprimida por la mayoría que decía detestarla o sobrellevarla como una carga. Año tras año soportamos sus comentarios sobre lo triste que es, los recuerdos con los que atormenta, su crueldad para con los solitarios, el furor consumista que desata, los tópicos biempensantes con que empalaga, la obligación de las comidas de empresa y la imposición de las familiares. Pero de pronto parece que a todo el mundo le gustan e incluso apasionan, que no pueden pasarse sin los apelotonamientos en las calles y las tiendas, que renunciar a las comidas de empresa es un drama y reducir el número de asistentes a las celebraciones familiares supone un intolerable destrozo emocional.

Y nos quedamos perplejos quienes siempre hemos amado las Navidades. Tanto las cristianas que celebran la entrada de Dios en nuestra historia como las sentimentales que instituyó Dickens el 19 de diciembre de 1843, día en que se publicó su Canción de Navidad. Tanto las de los campanilleros de la Niña de la Puebla o A la puerta de un rico avariento de Manuel Torre como la de White Christmas de Bing Crosby, Have Yourself a Little Christmas de Judy Garland o Santa Claus is Coming to Town de Ella & Louis. Tanto la de nuestros recuerdos del cerdito vivo en el escaparate de la semillería de José Gestoso, los corralones de pavos en la Encarnación, el Rey Mago del Gran Bazar Los Reyes Magos de calle Cuna -felizmente vivo en su segunda ubicación-, la cabalgata con la carroza del Mago Tralarán de Agustín Embuena y el cine Imperial estrenando Los diez mandamientos en las Navidades de 1959, Ben-Hur en las de 1961 o Mary Poppins en las de 1965; tanto estas Navidades del recuerdo infantil, les decía, como las presentes en las que quienes ya no somos jóvenes y ni tan siquiera maduros echamos de menos tantas personas queridas a la vez que recibimos con alegría a los nietos.

Nos quedamos perplejos, sí, al constatar que este año en que el bicho las fastidia, las Navidades gustan y entusiasman a todo el mundo. Y que ahora no pueden prescindir de cuanto antes decían aborrecer. Parece como si el virus hubiera producido en ellos el mismo efecto que los espíritus de las Navidades pasadas, presentes y futuras en el duro corazón de Scrooge, quien, tras sus fantasmales visitas, "sabía vivir el espíritu de la Navidad como nadie".

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