Hoja de ruta

Ignacio Martínez

La visión de España

UN amigo mío, la primera vez que visitó Londres, se quedó impresionado de cómo los ciudadanos hacían cola de manera ordenada en cualquier entrada multitudinaria. Aquí no teníamos esa costumbre. Una cola define un país. Aunque se necesitan requisitos que no siempre están relacionados con la educación. Por ejemplo, es difícil pedirle a haitianos al borde del desfallecimiento que hagan fila tranquilamente para recoger una ración de comida. Otro amigo especula con la posibilidad de que si se aplica la ley del catalán en los cines del Principado habrá unas colas soviéticas en las salas con películas en castellano y las de la otra mitad, en la lengua de Verdaguer, serán un páramo desolado. No creo que sea para tanto.

Las colas soviéticas son legendarias, hasta el punto que dieron lugar a chistes en los que los moscovitas se reían de su suerte en la época de Gorbachov. Tenían mucho que ver con el hambre y los anuncios, casi siempre falsos, de que había carne en algún almacén de Moscú. Pero en la vida real también tuvieron que ver con las ganas de comer, y no es un chiste. Cuando en 1991 se inauguró el primer McDonald en la capital rusa, vi la cola más larga de mi vida para entrar en aquel santuario, que daba a vuelta completa a una enorme plaza rectangular.

Lo cierto es que la gente tiene paciencia con las colas, en todas las latitudes. Otro amigo me llevó una vez en Nueva York a la taberna irlandesa más antigua de la ciudad, el McSorley's en el Village. Un bar abierto en 1854, o sea 13 años antes de que don Federico Joly fundara el Diario de Cádiz. Para entrar en McSorley's había una cola respetable, básicamente formada por turistas. La práctica se extiende a todas las edades. Los jóvenes de hoy parece que no tienen paciencia para nada, pero son capaces de hacer cola para entrar en una discoteca o esperar horas para comprar entradas para un concierto de U2.

Hay colas que estresan, como las que se forman ante ventanillas oficiales o de bancos, por la decisión de cual de las dos o tres filas escoger como la más rápida. En casi todas partes se ha resuelto con una cola única. Pero no en los supermercados. La elección entre una cola de muchos clientes con pocos artículos y otra de pocos compradores con el carro lleno ha dado lugar a un estudio matemático. La solución es que es preferible la fila con poca gente porque en lo que más se tarda es en pagar.

Hay colas lúdicas que enorgullecen a una sociedad, como las que se formaron hace dos años ante el Museo de Bellas Artes de Sevilla o el CAC de Málaga para ver la exposición de los catorce paneles que pintó Sorolla hace un siglo con su visión de España, para decorar la Hispanic Society de Nueva York. Y, por el contrario, hay colas que son una maldición, como la nutrida y creciente del paro en nuestro país. La cola que mejor define la visión de España en este momento.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios