La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El volcán, Darwin y Hitler

Es necesario llevarse bien con la naturaleza sin olvidar que la historia de la humanidad es una larga lucha contra ella

Eso que genéricamente se llama naturaleza es la enemiga más antigua de los humanos. Pero es una enemiga con la que conviene llevarse bien. La acción del ser humano desde la Revolución Industrial está provocando los daños ambientales que con razón tanto alarman. Hoy es frecuente culpar a la acción humana de la degradación del medio ambiente, de la profanación o grave alteración de la naturaleza y de las nefastas consecuencias que ello tiene. Lo que no debería hacer olvidar que por sí misma, sin mediación humana, la naturaleza es también esa antiquísima enemiga de la que el ser humano ha debido y debe defenderse. Terremotos, maremotos, volcanes, inundaciones, sequías, plagas, enfermedades, animales venenosos o depredadores matan sin que se pueda responsabilizar al ser humano de haberlo provocado con sus acciones. Es tan necesario llevarse bien con este enemigo formidable -es decir, no dañarlo de tal forma que pongamos en peligro nuestra propia supervivencia- como no olvidar que la historia de la humanidad es una larga lucha contra él. Es el dilema de la separación entre el estado de naturaleza y el de cultura cuyo origen, como escribió Lévi-Strauss, es imposible determinar.

Todo muy evidente, ya, pero no siempre recordado. Vivimos en la naturaleza, de ella y contra ella a la vez. Somos naturaleza, pero también algo más. El equilibrio es delicado. Lo que no deben olvidar quienes idealizan la naturaleza es que nunca es más peligrosa -mucho más que cuando erupciona un volcán- que cuando se pretende someter a sus leyes la sociedad humana: el darwinismo social. Comparen las palabras de Darwin en La selección natural en su acción sobre las naciones civilizadas con estas escritas por los ideólogos de esa cumbre negra del darwinismo social que fue el nazismo. Las similitudes son escalofriantes: "Habría que hacer una ley que devolviera a la naturaleza sus derechos. La naturaleza dejaría morir de hambre a un ser incapaz de vivir… En plena naturaleza no se encuentra rastro alguno de piedad para con lo que es débil y enfermo… Contrariamente a lo sostienen todas las iglesias emanadas de la raíz judía, no existe la excepción humana, el hombre está sometido a la ley de la preservación de la raza, a la lucha por la vida… Una política nacionalsocialista solo puede ser biológica" (citas tomadas de La ley de la sangre, Johann Chapoutot, Alianza).

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