Hay quien dice que los refugios son los lugares a los que acudimos para evadirnos -para bien y para mal- de algo de nuestra rutina. Y si algo hemos comprendido -otra vez- durante estas semanas es que en Granada nuestros refugios son esos lugares a los que uno va y, pase lo que pase, acaba brindando por ello. Sí, son los bares, esos lugares en los que uno ama la vida pero a los que hubo que renunciar, precisamente, para salvar vidas. Si la cosa va bien, la semana que viene toda Granada podría estar otra vez alzando la copa y jaleando en ese primer nuevo brindis de reencuentro que más de uno ansía. Pero, si eso sucede, más vale recordar el motivo real que hará especial ese nuevo choque de vasos, tercios, jarras o copas, que no es otro que la alegría de recuperar algo a lo que, por segunda vez este año, hemos tenido que renunciar, y se haga con conciencia. Más que nada porque, como todo es posible en Granada, también lo es un nuevo confinamiento o semiconfinamiento y no hay necesidad de ello. Ya que hay quien aún duda de que sea por motivos de salud, que aunque sea lo haga para que no nos vuelvan a cerrar los bares.

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