Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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'La yipeta', trap del verano

Sostiene Pánfilo que lo importante hoy en día no es saber muchas cosas, sino saber conectarlas, relacionarlas

Se empeña mi amigo Pánfilo en que la sabiduría no consiste solo en acopiar conocimientos sino en saber relacionarlos convenientemente. Me confiesa que a él el Internet le ha venido de perlas, porque nunca fue muy estudioso. Siempre preocupado por disfrutar de su tiempo, el escribir o el leer los consideraba trabajos demasiado absorbentes. Me da dos razones -dos excusas, pienso yo- para no haber escrito novelas; la primera, que Cervantes y Galdós, cada uno en su estilo, lo hicieron tan bien que cualquier intento de novelar, resultaría ridículo. Y, además, que los que no aman suelen ser los que disponen de tiempo para escribir, y que a él, el amar no le ha dado respiro. Pero, el Internet, y sobre todo la Wikipedia, -me asegura- te permiten aparecer como estudioso de Hegel, conocedor de Bertrand Russell, sin serlo, e, incluso, como lector de un raro: El asno de oro de Apuleyo. La red ha banalizado cualquier sabiduría. No estamos en la época del saber, me dice muy convencido, estamos en la época del conectar. Y al puñetero se le ha ocurrido conectar a Petrarca con La yipeta, el trap del verano. Le digo que está perdiendo el norte y que se deje de parangones imposibles y que se alimente, como cualquier confinado decente, con las series turcas de televisión o con películas de hermosos paisajes y finales felices, reglados, institucionales. Se empeña en que esos productos son melodramas previsibles que nos incitan a creer en el poder salvífico y nivelador del amor, capaz de saltar por encima de las clases sociales e incluso de las enfermedades y de la muerte. Pero él, con lo que está obsesionado, es con el adanismo de la juventud actual y lo conecta con los jóvenes goliardos del tiempo de Petrarca (¿los traperos de entonces?), que en lugar de pensar que inauguraban el mundo, y que antes que ellos, solo el Big Bang, preferían reírse de lo que había, destrozar un soneto de Petrarca, y tomarles el pelo a sus maestros o a sus padres, marraneando los géneros literarios que los mayores frecuentaban, protegían y canonizaban. Los autores de reguetón o de trap, no miran para atrás, montados en sus camionetas, sus yipetas, practican una sexualidad industrial, en las que la mujer, penosamente reducida a culo y tetas, sigue viajando de paquete. Y la ignorancia más absoluta les sirve de combustible.

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