La próxima semana se cumplirán dos años de la victoria de la nueva mayoría política andaluza que puso fin a casi cuatro décadas de gobiernos socialistas en la Junta de Andalucía. El cambio andaluz ha venido marcado por el estallido de la pandemia de Covid-19, que irrumpió a principios de este año y trastocó la suave agenda de reformas que había iniciado el Gobierno del presidente Juanma Moreno. Uno de los descubrimientos del cambio ha sido, precisamente, el del presidente, porque ha sabido situarse en una posición de moderación y sensatez, tanto en la escena andaluza como en la nacional. El relevo que protagonizaron PP y Ciudadanos en la Administración andaluza se produjo sin estridencias y sin revanchas. Al Gobierno, sin embargo, le costó arrancar una agenda reformista que, posiblemente, no tenía bien preparada, debido a que la victoria de los partidos de centro y derecha fue tan sorpresiva para los extraños como para los propios. Andalucía necesita abandonar el furgón de cola de las comunidades autónomas, el principal reto de PP y Ciudadanos es sacar a la región de unas cifras de desempleo que son tan insostenibles como duraderas, y esto sólo se conseguirá si se produce un agrandamiento de nuestra economía. Han faltado reformas, si bien es cierto que cuando el nuevo Gobierno comenzó a alcanzar una velocidad de crucero, llegó la pandemia. No obstante, ha conseguido algunos logros que son importantes y puede que trascendentales para un futuro próximo. El Gobierno logró hacer creíble la disciplina presupuestaria y, en apenas unos meses, pasó del déficit al cumplimiento ortodoxo de las reglas fiscales, aprobó un decreto de simplificación burocrática y bajó algunos impuestos. Con la pandemia, ha virado hacia una política coyuntural de expansión del gasto recomendada por todas las instituciones, que le ha valido para conocer la debilidad de un sistema sanitario público que llevaba muchos años deteriorado.