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La casualidad ha querido que en la misma semana dos referentes del deporte español hayan anunciado su retirada tras largas y exitosas carreras, que les han situado como ejemplos de pundonor profesional, esfuerzo y compromiso. El tenista Rafael Nadal y el futbolista Andrés Iniesta se han convertido, por derecho propio, en símbolos de una España en la que la dedicación, la constancia y el valor del trabajo llevan al triunfo. Conviene destacarlo en un momento en el que la crispación política y el bajo nivel del debate intelectual que la rodea transmiten una imagen deteriorada del país. El tenista, que con 92 títulos individuales y 22 Grand Slam es, sin discusión posible, uno de los mejores deportistas de todos los tiempos y el jugador de la selección nacional que en la noche mágica del 11 de julio de 2010 hizo dar a toda España saltos de alegría son, por derecho propio, la plasmación de lo mucho bueno que ha dado la sociedad española en los últimos años. En ambos casos se trata de jóvenes a los que desde niños se les hizo ver que todas las metas son alcanzables con el esfuerzo, aunque para ello haya que hacer sacrificios y renuncias y haya que acostumbrarse a que el dolor sea un acompañante habitual. Y que supieron desde muy pronto que la recompensa es el fruto de todo ese esfuerzo. El deporte constituye así un magnífico referente social y un ejemplo en el que las generaciones más jóvenes pueden mirarse. Nadal e Iniesta pasan de ser deportistas de élite a leyendas vivas que todavía tienen mucho que decir y que aportan en una sociedad que muchas veces parece huérfana de referentes. A este concepto responde que su despedida se haya convertido en un acontecimiento nacional en el que ha primado la palabra “gracias”.
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