La desesperación de Putin

El presidente ruso ha vuelto a esgrimir la amenaza de las armas nucleares si, en su opinión, ve comprometida la integridad de sus ficticias fronteras

Siete meses después de que decidiera invadir Ucrania, el presidente ruso se halla en una encrucijada. Ha fracasado en los principales objetivos que se propuso con su "operación especial": el derrocamiento del Gobierno ucranio y la conversión del país en un satélite ruso que le sirviera de pantalla ante los países de la OTAN. Y el autócrata ha optado por una huida hacia adelante. En el último discurso a la nación, Vladimir Putin ha anunciado la movilización de 300.000 reservistas. Una cifra que, según cálculos occidentales, equivale al doble de los soldados que empleó en febrero en esta guerra no declarada. Ahora utilizará a civiles con alguna experiencia militar para reforzar los frentes abiertos. Además, su estrategia pasa por impulsar referéndums ilegales en la región del Donbás para anexionarse esos territorios. Si Zelenski continúa su avance, para Putin técnicamente estaría cometiendo una agresión en suelo ruso. Acosado, con las reticencias explicitadas de algunos de sus teóricos socios, el presidente ruso ha vuelto a esgrimir la amenaza de las armas nucleares si, a su juicio, ve comprometida la integridad de sus ficticias fronteras. El escenario resulta muy complejo. Hay evidencias de una contestación interna que sólo se combate con la represión. La guerra en Rusia ya no sólo será un trabajo del Ejército profesional. A su vez, el ala dura de formaciones nacionalistas exige la confrontación total. La contraofensiva de Ucrania y el éxito alcanzado en las últimas semanas no deben conducir a la euforia. No queda otra alternativa que seguir con la presión internacional hasta que el país atacado recupere el último palmo de su territorio. Pero es necesario abrir espacios para que la política pueda jugar todavía su papel determinante y dejar en evidencia, dentro de Rusia, el peligro que supone Putin. Estamos ante un dictador cuya reacción puede ser impredecible. Pero el mundo democrático no puede aceptar su chantaje.

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