Tribuna

Sebastian Rinken

Vicedirector del Instituto de Estudios Sociales Avanzados-CSIC

Cambio de guardia, ¿cambio de rumbo?

Ante un panorama político cada vez más volátil y fragmentado, Merkel es la personificación del liderazgo fiable y responsable. Es probable que se le acabe echando de menos

Cambio de guardia, ¿cambio de rumbo? Cambio de guardia, ¿cambio de rumbo?

Cambio de guardia, ¿cambio de rumbo? / rosell

Al anunciar que no se presentará en diciembre a la reelección como líder del partido democristiano alemán (la CDU) y que dejará la política en 2021 al vencer su cuarto mandato como canciller, Angela Merkel ha reaccionado no sólo a los pésimos resultados electorales cosechados por su formación en las elecciones regionales de Hesse (una caída de 10 puntos porcentuales), sino sobre todo a una progresiva erosión de su antaño incuestionable autoridad. Erosión que venía agudizándose desde hace meses y que radica en dos problemas relacionados entre sí: la inoperatividad de la Gran Coalición entre CDU/CSU y los socialdemócratas del SPD, por un lado, y el disenso suscitado por la política migratoria de Merkel, por otro.

Aparte de sus méritos humanitarios, la decisión de acoger en verano de 2015 a centenares de miles de refugiados probablemente evitó la desintegración de la Unión Europea. Sin embargo, dicha decisión provocó un intenso rechazo por parte de la población alemana, permitiendo por primera vez en la historia de la República Federal que se abriera un espacio electoral a la derecha del CDU/CSU. El Parlamento de Hesse es la última de las 16 asambleas legislativas regionales en la que la denominada Alternativa para Alemania (AfD) consigue representación; como se recordará, las elecciones generales de 2017 ya le abrieron las puertas del Bundestag. A su vez, la creciente fragmentación del sistema de partidos complica no sólo la formación de gobiernos sino también su funcionamiento, al incentivar polarizaciones electoralistas por encima del espíritu de equipo gubernamental.

Durante este pasado verano, Horst Seehofer, el jefe de la CSU bávaro y ministro del lnterior federal, protagonizó un lamentable tira-y-afloja con Merkel con objeto de fortalecer sus credenciales en materia de control migratorio y así recuperar terreno frente al AfD en las elecciones bávaras del 14 de octubre. Su táctica fracasó estrepitosamente, provocando resultados desastrosos tanto de la CSU como del SPD. Todos los socios de gobierno de Merkel se ven perjudicados por la imagen de peleas incesantes y compromisos forzados. Según las últimas encuestas, CDU/CSU y SPD sumarían entre ellos un total del 40% de los sufragios a escala federal; cota esta que en un pasado no muy lejano pero sí remoto solía rondar cada una de ambas formaciones. Así pues, más allá de la persona de Merkel, la erosión afecta a su fórmula de gobierno, marcadamente centrista. El electorado premia posturas nítidas, castigando la aparente inercia de unos socios a regañadientes.

Como suele ocurrir en estos casos, la renuncia de Merkel tiene varias lecturas. En el plano táctico aumenta la presión sobre Seehofer, cada vez más cuestionado internamente por el resultado nefasto de su deliberada guerra fratricida, y sobre todo evita una posible debacle en el Congreso de la CDU a principios de diciembre. En septiembre, los diputados democristianos mandaron un serio aviso a Merkel al elegir un nuevo jefe del grupo parlamentario, echando del cargo a un fiel lugarteniente de la canciller. De haberse presentado a la reelección como jefa del partido, Merkel se habría arriesgado a quedarse lejos del 89,5% obtenido dos años atrás y así escenificar su pérdida de autoridad. En el plano estratégico, la renuncia pretende recuperar la iniciativa política de cara a los restantes tres años de su mandato como jefa de Gobierno, ambición esta que sin embargo está a su vez sujeta a riesgos difícilmente calculables. Para empezar, mucho depende de si Merkel es sucedida por una persona de confianza (como la secretaria general del partido, Annegret Kramp-Karrenbauer) o por un adversario interno (como el ministro de Sanidad, Jens Spahn). Este último carecería no sólo de sintonía con Merkel respecto a la acción de gobierno durante lo que queda de legislatura, sino quizás incluso de la lealtad para aguardar su turno como candidato de la CDU a la Cancillería.

En cuanto a las implicaciones internacionales, es de resaltar que Merkel ha sido durante años la defensora más destacada del proyecto europeo. Aunque últimamente el protagonismo al respecto se haya desplazado hacia el Presidente francés Macron, no cabe duda de que un alto grado de compromiso del gobierno alemán con las instituciones europeas es una precondición imprescindible para que estas puedan sobreponerse a innumerables retos presentes y venideros, desde la cuestión migratoria y las debilidades de la moneda común hasta las tensiones comerciales con EEUU y las geoestratégicas con China, por citar algunos. Ante un panorama político cada vez más volátil y fragmentado, Merkel es la personificación del liderazgo fiable y responsable. Es probable que se la acabe echando de menos.

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