Tribuna

Luis Chacón

Experto financiero

Capitalismo castizo, capital madrid

Capitalismo castizo, capital madrid Capitalismo castizo, capital madrid

Capitalismo castizo, capital madrid / rosell

Hay decisiones políticas de trascendencia centenaria. Cuando Carlos V aconsejó a su hijo que estableciera la Corte en un lugar fijo, no pensaría en Madrid, en medio de la meseta y lejos de las grandes vías comerciales. Felipe II pudo elegir Sevilla, sede de la Casa de Contratación; Barcelona, o incluso Valencia, grandes urbes comerciales mediterráneas; o Lisboa, abierta al Atlántico e histórica Corte portuguesa. Pero eligió Madrid.

Se dice que la razón fue su situación geográfica, pero Madrid estaba mal comunicada, no como otras capitales que, o tenían salida al mar como Lisboa, Londres o Roma, o están sobre un río navegable. Pensemos en París y Praga o en Viena y Budapest, unidas por el Danubio. El motivo es comercial. La forma más ágil, barata y segura de transportar mercancías y con ellas, ideas, avances tecnológicos, nuevas fórmulas mercantiles y todo tipo de innovaciones, eran las vías fluviales y la navegación marítima.

Para que Madrid centralizara el comercio se requería una decisión política que llegó en 1761 con el Real Decreto de Caminos Reales, cuyos trazados coinciden con los de las actuales autovías radiales. A diferencia de las calzadas romanas o las cañadas de la Mesta, su diseño respondía más a una concepción política que mercantil. El mapa europeo de autopistas coincide con las calzadas de la romana Tabula Peutingeriana (s. IV) salvo nuestra estructura radial con centro en la madrileña Puerta del Sol. La llegada de los Borbones modernizó España, pero fue por impulso de los monarcas o de sus ministros y, además, el centralismo borbónico no mejoró los flujos comerciales. Ni siquiera lo consiguió el Reglamento de Libre Comercio de 1778 que acaba con el monopolio de Cádiz y Sevilla y permite la apertura de otros puertos a los intercambios con las colonias.

Hasta la llegada del ferrocarril, Madrid, alejado de las rutas comerciales tanto como de las ideas y la innovación, sólo era el centro administrativo desde el que se gobernaba un imperio. A Madrid se iba a ver al rey. Era en la Corte donde si no se era rico por herencia, podía hacerse fortuna por favor político. El progreso social, si no eras noble, sólo era posible en la Iglesia o el Ejército y la Corte otorgaba jugosas prebendas. Así, se desarrolló un modelo de capitalismo áulico y castizo basado en la obtención de rentas provenientes de cargos públicos y concesiones o mercedes remuneradas, la gestión de los estancos -sal, tabaco, etc.- o la cesión de la recaudación de impuestos. En la Corte florecían los artistas, pero no abundaban comerciantes ni financieros, salvo los que pugnaban por obtener privilegios de la corona.

Es curioso que el primer ferrocarril madrileño no buscó transportar viajeros ni fomentar el comercio. El tren de la fresa se concibió para que la Corte de Isabel II se trasladara al Palacio Real de Aranjuez. Todo el XIX es un paradigma de ese capitalismo áulico y cortesano. La fortuna amasada por el marqués de Salamanca, ministro, financiero y socio de la reina regente, debió mucho más a sus relaciones políticas que las de otros, industriales emprendedores de la periferia, como su cuñado Manuel Agustín de Heredia, que creó en Málaga un emporio industrial y financiero. Personajes como Fernando Muñoz, esposo de María Cristina de Borbón, madre de Isabel II, reflejan claramente el carácter corrupto y conseguidor de esas clases altas enriquecidas al calor del poder político madrileño tan alejado de los centros fabriles y comerciales. Tan es así que el Banco de España, sucesor del de San Fernando, sólo operaba en la capital, Valencia y Alicante. Mientras tanto, los grandes centros comerciales como Barcelona, Bilbao, Málaga, Santander, Sevilla, Valladolid o Zaragoza contaban con entidades que emitían billetes y operaban al descuento.

Muchas de las grandes empresas españolas crecieron al calor del BOE. Las constructoras de obra civil porque su cliente es el estado; las nacidas de viejos monopolios y nacionalizaciones -Telefónica, Eléctricas, Renfe o Repsol, heredera de Campsa- porque lo hicieron protegidas legalmente y el sector bancario porque, además de estar regulado, tanto las cajas de ahorros como todo el conglomerado agrupado en Argentaria eran de titularidad pública.

El capitalismo industrial desarrollado en la periferia fue más débil que el castizo, poco ambicioso y muy localista. Algo que ha cambiado en el último medio siglo. Unido a la liberalización de los mercados y a nuestra incorporación a la UE, un grupo muy importante de empresas han crecido lejos de la capital, en sectores nada dependientes de las licitaciones públicas y muy orientadas hacia la internacionalización. Inditex, Mercadona, Mango o Cosentino son paradigma de un modelo muy diferente, el del empresario visionario y emprendedor que crea o mejora modelos de negocio y, al no depender del poder, es libre de desarrollar sus ideas sin concesiones a los vaivenes políticos. Y éste es, sin duda, el camino a seguir, una vez que Madrid, aun siendo el centro político y geográfico de España, ha empezado a dejar de ser el vórtice de un modelo económico obsoleto, castizo y basado en las relaciones políticas mucho más que en la eficiencia económica.

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