Tribuna

francisco núñez roldán

Historiador

Confiar o desconfiar, ésa es la cuestión

En una sociedad obsesionada con los fraudes y con la autenticidad, sería necesario que la gente al votar utilizara, como criterio pragmático frente al idealismo ineficaz, la confianza

Confiar o desconfiar, ésa es la cuestión Confiar o desconfiar, ésa es la cuestión

Confiar o desconfiar, ésa es la cuestión / rosell

Cuando en la próxima noche electoral se den a conocer los resultados, nos haremos una pregunta sin posibilidad de una respuesta completamente satisfactoria: ¿qué mueve a la gente a elegir a un candidato y no a otro? El debate siempre estará abierto, porque no hay manera de saber el sentido de cada voto. No obstante, es detectable, aunque no resuelve la incógnita, que mucha gente opta por un candidato porque es elocuente o parco pero convincente, moderado o rotundo, sereno y prudente o resolutivo, e incluso por ser guapo o atractivo, simpático o huraño. Y, sentimentalmente, cegada por el corazón, porque es de los suyos. No obstante, como historiador acudiré al pasado para ver si los criterios de elección de los cargos públicos han cambiado.

En el año 63 a. C. Marco Tulio Cicerón presentó su candidatura al consulado, la más alta magistratura de la República. Su hermano Quinto, gobernador de Asia Menor, le escribió para la ocasión un Commentariolum petitionis, traducido como Breve manual de campaña electoral, como su propio autor lo definió al final del mismo. Se trata de un documento que describe situaciones que, transcurridos más de dos mil años, están en sorprendente sintonía con la actualidad, como el comportamiento de los candidatos, los mecanismos de la propaganda, la relación con los electores, la atención que ha de prestarse a la opinión pública y a la popular, las promesas que se han de hacer, etc.

Para ganar la elección aconsejaba Quinto que la campaña tenía que ser ostentosa, espléndida y popular y, sin rehuir las malas artes, proponía la difamación de los contrincantes. Aparte de la metodología electoral, el autor indagaba en las razones intrínsecas que empujaban a la gente a votar: los beneficios obtenidos, la esperanza de obtenerlos y la simpatía y el afecto hacia el candidato.

Siglos más tarde, comentando la historia de Roma de Tito Livio, Maquiavelo interpretaba que el pueblo, al elegir, se guía por la fama o por la presunción o la opinión generalizada que se tiene del candidato y lo vota según las señales más fiables que pueden tener de su carácter. Pero más importante es saber que "la reputación fundada en la opinión se desmiente fácilmente y, en cambio, la que está fundada en las obras y en los hechos" es la única que otorga la gloria. Una gloria efímera, sin embargo, si acaso se descubre que el pueblo ha sido engañado por los actos de un hombre, "estimándolo más de lo que merece".

Volviendo al presente y haciendo útil la Historia como quería Maquiavelo, convendría saber qué criterio de elección, sea histórico o nuevo, es más acorde con el fin que perseguimos que no es otro que el bien común y el propio. Es obvio que los motivos citados son muy correctos, pero a mi juicio es imprescindible añadir un factor nuevo para un tiempo nuevo: el valor de la confianza.

Todos sabemos que el orden social, político y económico se sostiene sobre la confianza, la confianza probada. Desde el momento que suena el despertador no hacemos otra cosa de manera inconsciente que confiar. El hecho de que el despertador funcione es una buena señal, porque confiamos que nos permita llegar en punto al trabajo de cada día. Al salir a la calle, confiamos en que los conductores respetarán las señales de tráfico, de manera que no seremos atropellados. Confiamos no perder el puesto de trabajo por causas ajenas a nosotros mismos, o que nuestro salario pueda satisfacer nuestras necesidades más básicas. Confiamos en la formación del médico que nos diagnostica certeramente, aunque la medicina esté sujeta a una gran dosis de incertidumbre. Confiamos en la formación académica del maestro que enseña a nuestros hijos, los cuales a su vez le confiamos durante gran parte del día. Confiamos al almorzar que la carne que consumimos no esté afectada por la listeria o que los huevos no nos produzcan salmonelosis por causa de un descuido imperdonable en la cadena productiva. Confiamos en que nadie nos clone nuestra tarjeta de crédito, o nos atraque impunemente, etc. etc.

En una sociedad obsesionada con los fraudes y con la autenticidad de las cosas, sería necesario y urgente que la gente al votar utilizara, como criterio pragmático frente al idealismo ineficaz, la confianza: en manos de quién deja su vida, su patrimonio, su salud, la administración de sus impuestos, la educación, la seguridad de su vida pública y privada, el futuro de la nación y el de su familia. Es su supervivencia la que vota, no su corazón.

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