Tribuna

Manuel Bustos Rodríguez

Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Cádiz

La Constitución y su futuro

A pesar de la gravedad de la situación, las instituciones de la nación callan, admiten, ejercen una débil presión o colaboran, esperando tal vez que el tiempo solucione el problema

La Constitución y su futuro La Constitución y su futuro

La Constitución y su futuro / rosell

Recordábamos hace unas semanas, en el homenaje que se hizo en Cádiz a la figura de José Pedro Pérez-Llorca en el Oratorio de San Felipe Neri, su condición de padre de la Constitución de 1978, arranque de la Transición. Durante este acto tan emotivo, pensaba yo en la triste suerte del Texto Magno. Nos aferramos a él como clavo ardiendo, considerándolo salvaguarda, garantía de futuro y de estabilidad. Pero la verdad es que cada día son menos los convencidos de su capacidad para asegurarlo y proliferan quienes les preocupa la fragilidad política de nuestro país.

Afecta a los dos pilares fundamentales sobre los que se asienta el orden constitucional: la nación española y su Monarquía Constitucional, siendo obvio que una y otra guardan una estrecha relación entre sí. No es exagerado pensar que ninguna de las dos está a día de hoy preservada. Y son ya muchos quienes creen en la existencia de un proyecto, ya en marcha, de sustitución de la Corona por una república y de disgregación de nuestra vieja nación. Los resultados de las últimas elecciones y las alianzas entre partidos emprendidas no animan a pensar que se detendrá. El desarrollo de los acontecimientos parece mostrarlo así.

Mientras se macera la unión de intereses para la formación de gobierno, ¿qué vemos alrededor? Lo principal: la débil oposición al proceso, la falta de reacción en las instituciones unipersonales y colegiadas, y en casi todos los sectores de la sociedad española. Es más, a medida que el proyecto se desarrolla, aumenta el cansancio de la ciudadanía y su resignada aceptación hacia lo que venga. Si durante tantos años, la población del País Vasco pudo soportar, con escasas y breves reacciones, los crímenes y extorsiones de la ETA y sus terminales, ¿por qué hemos de pensar que ahora será diferente? Todas o casi todas las voces críticas terminan yendo a parar al desaguadero o quedan prácticamente anuladas ante el empuje creciente de nacionalistas, catalanes, vascos o de otras regiones españolas que se van sumando a la causa. El momento es de suma gravedad.

Entre tanto, el nuevo Frente Popular aumenta la inquietud (la verdadera memoria histórica se aviva), en la medida que pueda configurar a su guisa la arquitectura del Estado o de los Estados futuros. Los electores han hablado, los políticos lo interpretan a su manera. La responsabilidad histórica del socialismo es enorme. A pesar de la situación, las instituciones de la nación callan, admiten, ejercen una débil presión o colaboran, según los casos, esperando tal vez que el tiempo solucione el problema. Apenas se da la batalla, siquiera por obtener una mejor posición ante los enemigos de España, aunque sea, llegado el caso, para negociar con ellos sin dar todo a cambio de nada.

Pensar en la Constitución y las leyes como pararrayos frente a un proceso tan desbocado, más parece fruto de una actitud pueril, desinformada, interesada o cobarde que prudente. Todo conduce a que la ley y los jueces sacrifiquen sus decisiones, sin el apoyo del poder ejecutivo, a la inoperancia. No es improbable que, a la postre, el marco legal, incluido el constitucional, termine siendo modificado por las mil y una triquiñuelas que solo los juristas conocen, para acomodarlo a las demandas separatistas, sin que la desinformada, aburrida y satisfecha ciudadanía lo note. Si es necesario se hará, no quepa la menor duda, en nombre de la razón política.

La verdad es que el separatismo está ganando todas las batallas: la de los medios, la de dividir a los partidos, la de la comprensión internacional, la consideración de Cataluña como un Estado, la imposición de su lengua y modelo educativo y el mantenimiento del flujo económico que le engorda. Ahora, en un momento de gran debilidad del Estado, es su ocasión para acelerar el proceso.

La Unión Europea parece ignorar la desestabilización que se produciría en su seno si el separatismo triunfa en España con el apoyo de la izquierda y la ineficaz oposición del centro derecha. Daría alas a los movimientos nacionalistas existentes en su interior, así como a su voracidad sobre los territorios de su entorno (el País Vasco-francés y Navarra; los Països, el Rosellón y la Cerdaña). La herida que se abra será difícil de cerrar. Hay un campo abonado para que el separatismo triunfe: una población muy bien trabajada por él durante años y una oposición y un Gobierno incapaces de cortar la deriva. El proceso apunta hacia la irreversibilidad.

Hace unos años tuve un encuentro en Madrid con José Pedro por asuntos relacionados con la Academia Hispano Americana. Cuando saqué el tema de la situación política, le vi preocupado y yo diría que apesadumbrado por lo que sucedía. Ahora, fuera para siempre de estas inquietudes, ha podido finalmente librarse de ver a su hija, la Constitución, maltratada y a punto casi de hacer aguas. Descanse en paz.

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