Tribuna

josé antonio gonzález alcantud

Catedrático de Antropología

Cuba y nosotros

Cuba y nosotros Cuba y nosotros

Cuba y nosotros / rosell

V IAJANDO en un jeep del 52, que empleó la guerrilla del Che, Cienfuegos y Fidel en Sierra Maestra, por donde llevaron a cabo sus acciones épicas contra el régimen de Batista que mantenía Cuba bajo un tácito protectorado norteamericano, se obtiene la impresión de estar rodeado por las brumas de la nostalgia. Una nostalgia de ideales periclitados, sacrificados en el altar de la realpolitik. Sospecho que debiera ser ahora el sentimiento retrospectivo compartido por muchos airados jóvenes de entonces.

El talón de Aquiles de aquel sueño, como siempre, fue la economía. En Cuba sostienen que el Che, que fue presidente de su banco nacional, no tenía gran idea de la materia; otros dicen lo contrario, que encarnaba planes más lógicos. Sea como fuere, la URSS le impuso a Cuba una nueva dependencia, y el país tuvo que dedicarse voluntariosamente a hacer zafras de caña de azúcar que dejaron la economía yerma, ya que debilitó como todo monocultivo su previa economía diversificada. La dependencia de los mercados internacionales abrió una brecha en la revolución cubana, que no podía competir simplemente con la remolacha, con escaso gradiente de azúcar pero menos exigente en lo tocante a clima. Ejemplo supremo del diktat soviético: los mismos ingenieros de Chernóbil comenzaron a levantar una central nuclear en Cienfuegos, que por suerte, según los cubanos de hoy, quedó sin terminar.

Hay quien esgrime actualmente que este devenir vinculado a la URSS habría sido distinto si en los años 30 el dirigente revolucionario León Trotsky, que representaba un socialismo más democrático, en su exilio errante hubiese encontrado acogida en Cuba en lugar de en México. El caso es que esto no ocurrió, y el asesino de Trotsky, Ramón Mercader, estalinista fanatizado, vivió largos años en Cuba protegido por el castrismo. Tan fuerte es el asunto que Padura, escritor cubano, ha dedicado al episodio una novela de fortuna, que casi no circula por la isla, El hombre que amaba a los perros. Signo de los tiempos: el nombre de Trostky figura en el escaparate de una librería de la céntrica calle Obispo de la Habana. Cambio de época que conlleva nuevas conjeturas.

Con motivo del sesenta aniversario de la revolución se organizaron exposiciones en las plazas públicas. Siguen emocionando por épicas las fotografías de los barbudos. Cierto que en todas las esquinas la memoria revolucionaria destaca con lápidas pétreas hechos del pasado: aquí la compañera Tania organizó el aparato de clandestinidad, allá hablaron los comandantes en su entrada triunfal, etcétera. Empero, produce melancolía, más que nostalgia, ver al lado de aquellas juveniles fotos las de los mismos revolucionarios, ya desdentados por la avanzada edad, en las mismas exposiciones. La fuerza de la juventud los abandonó hace mucho tiempo.

Pocos son los que sueñan abiertamente con una Cuba que sea otra vez un protectorado estadounidense. Lo sueñan pocos porque quienes así lo consideraban salieron con la primera oleada, a fines de los cincuenta, dejando sus pertenencias -incluidos los sentimientos- atrás. En el clásico filme Memorias del subdesarrollo, de Gutiérrez Alea, se retrató con acierto la ruptura abrupta de quienes partieron: se hicieron norteamericanos sin más. La segunda oleada, la de los balseros, generó más insatisfacción. Echan de menos la isla y a su gente, y tampoco progresaron tanto como los primeros cubanos del exilio. No hay, pues, desafección de la tierra. Pero, he aquí la incógnita, de los jóvenes actuales se sabe poco…

Nos concierne en este momento preciso la escasa sensibilidad española para con Cuba. En Santiago, cuando se mira desde la fortaleza que levantaron los españoles a la entrada de la bahía para defenderse de la piratería británico-holandesa, se percibe el vínculo inevitable entre la derrota del 98 y la posición hispana. En 1898 Cervera y sus barcos, "en harapos" según confesaba el almirante español, sufrió una debacle frente a una moderna escuadra norteamericana, que sólo recibió unos rasguños en el desigual combate. Varios centenares de españoles pobres convertidos en soldados de circunstancias entregaron inútilmente sus vidas por una causa perdida. Qué mal lo hizo España en Cuba, pero también en Filipinas y Puerto Rico. Mucho heroísmo de pacotilla de quienes traficaban con voluntades sin futuro frente a realidades ineluctables. Tras visionar Los últimos de Filipinas me preguntaba por el mártir filipino José Rizal, un intelectual de primera fila, autor del gran libro Noli me tangere, mandado fusilar justicieramente por aquella España que no tenía consideraciones a la calidad humana de un líder independentista conocido y relacionado con medio mundo intelectual de la época. Con las distancias pertinentes: una suerte de Lorca filipino. Esperemos que nuestro país no se equivoque ahora de bando ni de política, que no puede ser la norteamericana, marcada por la antipatía histórica secular entre latinos y anglosajones, de difícil arreglo.

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