Tribuna

josé mARÍA rueda

Miembro del Comité Federal del PSOE

Diálogo con el nacionalismo

La inclusión, el desarrollo integral del alumnado, la equidad, las competencias, la socialización: nada es posible con los centros cerrados, y alumnos y profesores en sus domicilios

Dialogar es bueno. Es la base de la razón, lo que distingue al ser humano civilizado del incivilizado. Una idea básica sobre la que reflexionaba, incluso escribía, cuando se decretó el estado de alarma, y que hoy, me sigue pareciendo de rabiosa actualidad. Cuando en su momento tuve la suerte de ofrecer charlas a escolares, con motivo, por ejemplo, del Día de la Constitución, lejos de abrumar a mis oyentes con la disección del articulado, recurría a símiles más cotidianos, como el reparto de espacios en el patio del recreo, de manera que todos y todas jugaran a lo que prefieran. Una porción del patio para practicar deportes, otra para el paseo y otra para la charla. Eso viene a ser una Constitución. Un acuerdo dialogado que establece reglas del juego asumidas por la mayoría. Lo que no implica que todos y todas se lleven bien. Es más, posiblemente quienes quieren practicar deporte no se lleven bien con quienes quieren pasear, o éstos detesten a quienes prefieren charlar. Da igual, siempre y cuando cada cual disponga de su justa porción del patio y este reparto se respete.

No es de recibo que argumentos que sirven para la comprensión de los escolares, no sean aceptados por los "mayores", y sin embargo, existe, tiene sus altavoces y sus seguidores la teoría de que "dialogar" es pernicioso, catastrófico y supone arrodillamiento vergonzante. No digamos ya, si ese dialogo se produce entre el legítimo gobierno de España y gobiernos de signo político nacionalista o independentista, o entre partidos políticos que no comparten la misma visión sobre la organización territorial del Estado. Parece instalarse en cierta opinión pública que el hecho de no compartir posiciones políticas inhabilita al diálogo entre quienes representan dichas posiciones, presuponiendo que dicho diálogo significa renuncia, incoherencia, abandono de la posición propia y rendición ante la contraria.

Se nos pretende vender la idea, desde estas atalayas políticas y mediáticas, que la defensa férrea de nuestra posición es una actitud valiente e insobornable, más aún en la España actual, en la que es obvio que existen fuerzas políticas nacionalistas e independentistas, que al margen de lo erróneas que nos parezcan sus posiciones (a mí me lo parecen), representan a millones de personas. Considerar que una posición política se sustenta en argumentos y posturas identitarias, sectarias o mediocres, no debe ser óbice para reconocer que esa posición existe y es legítima, porque ha sido votada por millones de personas, y que siempre será preferible el diálogo con ella que el choque de trenes. Volviendo al ejemplo inicial, siempre será mejor dialogar para perimetrar el patio del colegio, que intentar solucionarlo a balonazos.

El diálogo entre contrarios es la esencia de la Constitución. Afirmación cada día más constatable. Se puede ser coherente defendiendo tesis no nacionalistas, pero asumiendo la necesidad política de dialogar. Eso es mojarse y comprometerse con la ciudadanía. Y no menospreciar la capacidad de reconocimiento mutuo y diálogo entre diferentes. Es inadmisible, bajo mi punto de vista, construir un discurso político bajo la autoconstruida atalaya moral de que dialogar es arrodillarse y ceder.

Dante acertó al reservar un rincón de su infierno a quienes, en tiempo de crisis, se mantienen neutrales. Quien promueve el diálogo con el nacionalismo se moja. Reconoce una realidad, que puede no gustar, y es que los imaginarios identitarios colectivos existen y tienen respaldo electoral, incluso en determinados ámbitos de la izquierda política (se ve que los tiempos, de verdad, están cambiando, y no sólo en la canción de Dylan). Respeta la representación política de tantos y tantas ciudadanos que tienen el derecho a expresar sus posiciones y que éstas no sean vilipendiadas. De ahí lo fuera de lugar y lo histriónico que resulta la bronca ante el hecho de que dos que no piensan igual se sienten, pues de eso hablamos, de sentarse a hablar, después de demasiado tiempo de sordera y de mudez. Termino como empecé. No podemos echar del patio del colegio a quienes no lo usan para lo mismo que nosotros, ni por supuesto yo contemplo la opción de dirimir la cuestión a balonazos o raquetazos. Así que por muy mal que nos podamos caer unos a otros, hay que hablar y dialogar. O el patio del colegio se convertirá en un solar yermo.

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