Tribuna

Javier González-Cotta

Escritor y editor de Revista Mercurio

Djokovic y la Madre Serbia

El irredentismo serbio es connatural al mito de un pueblo supuestamente forjado, en origen y como trance de destino, en el dolor

Djokovic y la Madre Serbia Djokovic y la Madre Serbia

Djokovic y la Madre Serbia

De toda la batahola que ha traído el asunto Djokovic en Australia, lo que más ha podido llamar la atención, visto todo con ojos desapasionados, es el llamamiento a filas que han sentido los serbios para defender no solo a su rutilante estrella del tenis, el gran Nole, sino a la patria, a la Madre Serbia. En todo el país ha aflorado una vieja idea secular: la existencia de una conjura extranjera de muy variada laya y que, cada cierto tiempo, busca la desaparición de la nación de los eslavos del sur.

El irredentismo serbio es connatural al mito de un pueblo supuestamente forjado, en origen y como trance de destino, en el dolor (léase Los tristes y los héroes de Mira Milosevic con prólogo de Jon Juaristi). Es harto conocida la mitología asociada a la batalla de Kosovo Polje (1389), el célebre campo de los mirlos. Su suerte provocará la derrota de los príncipes serbios, sucesores del gran zar Dusan, ante los turcos otomanos del sultán Murat.

Según la tradición, un ángel del cielo se habría aparecido al príncipe Lazar para ofrecerle una trascendental elección: o la victoria terrena y efímera frente a los turcos, o bien la derrota y el recuerdo inviolable de su sacrificio como ganancia para el cielo. El caudillo Lazar escogió la derrota y, con ella, la gloria celeste para su pueblo. Por eso desde el holocausto de Kosovo Polje los serbios, al abrigo de su Iglesia ortodoxa, se consideran la nación del pueblo elegido (nebeski narod).

En Serbia y en la austral Melbourne, donde existe una comunidad nacional (Djokovic aprovecha el Open de Australia para celebrar allí todos los años la Navidad ortodoxa en la Iglesia de la Trinidad), hemos visto manifestaciones de serbios con banderolas al viento o colocadas como chales sobre los hombros. Muchos de ellos alzaban los dedos pulgar, índice y corazón (Djokovic suele hacerlo en los partidos de alto voltaje). Es un gesto simbólico, asociado a su raza, a su religión (la Santísima Trinidad) y al lema que los une en la adversidad: "Sólo la unidad salva a los serbios".

Una rama del nacionalismo serbio moderno (Dobrica Cosic, Matija Beckovic) acabó deplorando el comunismo de Tito, quien habría condenado a Serbia a permanecer anclada al mosaico plurinacional de Yugoslavia. Tras las horribles guerras de Croacia y Bosnia (1991-1995), el fin de la otra guerra de Kosovo entre serbios y albanokosovares vino impuesto por los bombardeos sobre Belgrado por parte de los cazas de la OTAN (nunca se hizo pagar a los albanokosovares sus posteriores desmanes contra las minorías serbias de Kosovo).

De familia hacendosa, Djokovic tenía 12 años cuando, de marzo a junio de 1999, los cazas de la OTAN bombardearon su ciudad natal (la película The Sky Above Us refleja aquellos hechos). El ya hombrecito Nole compaginaba los refugios antiaéreos con sus entrenamientos diarios, en los que ya se barruntaba la figura de un campeón de tenis en ciernes.

A diferencia de la católica Croacia y de su loada Guerra Patria (no exenta de crímenes horribles contra serbios y bosniacos musulmanes), Serbia ensució su imagen internacional por las atrocidades cometidas por los serbobosnios en muchas partes del doliente cuadro de Bosnia-Herzegovina. El río Drina, tan recreado por el Nobel yugoslavo Ivo Andric, ejerce de frontera fluvial entre hermanos serbios occidentales y orientales (Srebrenica, icono del dolor de los musulmanes en Bosnia, se halla en este punto fatídico del mapa).

Por todo ello, hay como un resuello de belicosidad asociada al devenir de Serbia. La pequeña nación balcánica suele aflorar ciertas hemorragias de la historia, empezando, obviamente, por el atentado de Gavrilo Princip en Sarajevo contra el archiduque Francisco Fernando (origen de la Gran Guerra). Las guerras de los 90 de Croacia, Bosnia y Kosovo reprodujeron la imagen siniestra, entre andrajosa y chulesca, de los temibles chetniks de Mihailovic.

A menudo, la pereza mediática occidental suele obviar el histórico vía crucis padecido por los serbios. De 1941 a 1945 el Gobierno de los ustachas croatas (títeres de los nazis) provocó un genocidio serbio cuyo atroz epítome fue el campo de Jasenovac, situado en Croacia, a orillas del río Sava (quien hoy visita su apacible entorno percibe como un oscuro bucolismo pastoril).

Asociar ahora el caso antivacunas de Djokovic con otra persecución contra la Madre Serbia no es más que un disparate poco respetuoso con la llama de la memoria. Ana Brnabic, primera ministra serbia, ha puesto un poco de orden ante el ídolo, al que acusa de violar las leyes sanitarias del país. Continuará.

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