Tribuna

Federico Soriguer

Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias

Elogio del caminar

El cuerpo del hombre necesita andar, porque caminar es volver a encontrarse con esa corporalidad construida a lo largo de su alucinante periplo

Elogio del caminar Elogio del caminar

Elogio del caminar / rosell

La historia del hombre es la de un viaje a pie que comenzó en África hasta alcanzar los puntos más extremos de la Tierra, hasta que un día, hace no demasiado, los humanos decidieron pararse. Pero el cuerpo necesita andar, porque caminar es volver a encontrarse con esa corporalidad construida a lo largo de su alucinante periplo. Hoy, una parte de la humanidad considera al cuerpo como un engorro del que habría que liberarse, o si acaso, tunearlo tecnológicamente. Sin embargo, muchos de los problemas del hombre moderno son consecuencia de un desajuste con su pasado que, en parte, se solucionan andando. Lo sabe la medicina y lo saben los caminantes. En Francia, al caminante moderno Walter Benjamin lo llamó flâneur. Hay mucha literatura sobre el caminante y más aún sobre el flâneur, ese hombre o mujer que cruza sin rumbo las ciudades observando, pensando, conversando, oyendo, disfrutando. La primera vez que oí hablar del flâneur fue hace muchos años en un artículo de prensa de Vila-Matas. Pero mi referencia preferida es Elogio del caminar de David le Breton. Caminar, dice LeBreton es una revancha contra la modernidad, una forma de burlarse de ella, un atajo en el ritmo desenfrenado de nuestras vidas. Caminar solo o acompañado, caminar por vocación, por propia decisión, ya no es una forma de transporte sino, si acaso, una concesión a la nostalgia, una victoria pírrica contra la flecha del tiempo, una derrota engañosa de la segunda ley. Caminar es el triunfo del cuerpo frente a la tecnología. De la lentitud frente a la prisa. Caminar hoy es el triunfo del ocio frente al non-ocio o negocio. Una ruina que solo se pueden permitir los que han conseguido levantar el pie del acelerador. Caminar, por el campo o por la ciudad es una invitación al placer y al pensar. O al conversar. Caminar en solitario, decía Rousseau es una experiencia de libertad, una fuente inagotable de ensoñaciones, de recuerdos y de ideas nuevas. A veces revolucionarias. Es difícil pasear sin pensar. El caminar relaja el espíritu y aviva la imaginación. ¿Cuántas ideas brillantes han surgido tras una buena caminata? Caminar por la ciudad, sin rumbo, con la seguridad de que siempre llegarás a alguna parte. O con él, buscando ese destino que previamente has pensado. Para el caminante la medida vuelve a ser el espacio no el tiempo, pues el que camina solo puede abarcar aquello que la vista le va alcanzando. El caminante dice Le Breton reduce la inmensidad del mundo a las proporciones del cuerpo. Caminar exige un esfuerzo que siempre tiene la compensación del descanso, ese momento en el que el cuerpo se recupera de un trabajo bien hecho. Porque caminar es trabajar, todo lo contrario que el trabajo del hombre tecnológico en el que se trabaja sin trabajar. Un juego de palabras que no presagia nada bueno. Ya me entienden. Caminar solo, es una forma de atención y por tanto de conocimiento. Caminar en solitario y en silencio nos deja oír nuestras propias voces. Pero también disfrutamos pícaramente oyendo las conversaciones de los que nos preceden, los ruidos de la ciudad o del campo, los olores. Hasta los sabores, pues tras el caminar lo más probable es que repongamos el agua y la energía perdida, con placer. O caminar en compañía aunque en los viajes largos hay que seleccionar a los amigos pues como dice Laurie Lee: "Cada vez que he salido con amigos he vuelto con enemigos". Caminar es democrático, pues pocos son los que no pueden hacerlo y sus frutos son asequibles a pobres y ricos. La luz, la brisa, la belleza de una plaza o de un paisaje. El silencio incluso, quizás sobre todo, el silencio. El caminante, el flâneur, el paseante renuncia al confort que proporciona la tecnología y se queda con el bienestar, con el placer primario que supone el reconocimiento de tu propia capacidad y también de tu fragilidad. Caminar no es competir, pues solo el caminante conoce sus límites y no tiene interés en ponerlos a prueba. Sus objetivos son otros. El caminar nos devuelve a un mundo a la medida de lo humano. Caminar es hoy un acto revolucionario. La mejor inversión para el futuro. De tu propia salud y la del planeta. Pasear es una forma menor del caminar pero tan interesante como aquella. Apta para todas las edades el paseo es un caminar sin pretensiones. Una forma de recuperar el tiempo, perdiéndolo. El paseante como el flâneur, deambula por la ciudad como si de un bosque se tratara. "Botánica de asfalto", le llama Benjamin. Un "sociólogo diletante" le llama De Breton. Afortunadamente cada vez hay más gente que camina y que pasea. Caminar es estar dispuesto a dejarse sorprender por la belleza de los campos y de las ciudades, pues no hay mayor belleza que aquella que la mirada encuadra, mientras paso tras paso caminamos hacia ninguna parte.

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