Tribuna

Guillermo Díaz Vargas

Arquitecto

España y la nave del Estado

La descomposición de España como unidad política y económica sería suicida para todos, incluidos quienes cegados y sin fundamento creen que obtendrían ventajas de ella

España y la nave del Estado España y la nave del Estado

España y la nave del Estado / rosell

El rechazo de los nacionalismos regionales no implica militar como nacionalista español, basta con entender la importancia de la unidad nacional de España para la prosperidad y supervivencia de los españoles. Pero esto se ignora, porque los adalides de la cohesión -con el estigma de su vinculación al franquismo, como vieja divisa del Régimen- son los partidos de la derecha. Y ese carácter emblemático que la unidad del país tiene para la derecha, y tuvo para el franquismo, es suficiente para las reticencias o el rechazo de la izquierda, que oscila entre la frivolidad de definir a España como nación de naciones y la estafa inadmisible del referéndum pactado. Seguimos, pues, ochenta años después, presos del síndrome postraumático de la Guerra Civil. Izquierda y derecha, incluso las más centradas, siguen irreconciliables, incapaces de acuerdo, ni siquiera sobre la unidad nacional. Y, sin embargo, esto es hoy requisito indispensable de la única solución del problema que merece tal nombre, que es el mantenimiento pacífico de dicha cohesión.

Pero ello requiere, por una parte, rescatar la idea de España de la apropiación excluyente que de ella han realizado los epígonos del franquismo, y requisarla de sus proclamas, cuyo efecto boomerang es gasolina para el incendio que promueven los separatistas catalanes con su farsante épica antifascista. Y, por otra, la adopción de un discurso alternativo que no parecen capaces de construir los llamados a hacerlo, es decir, las sedicentes derecha moderada e izquierda socialdemócrata, empeñadas como están en esta artificial guerra de los nietos.

El patriotismo nacionalista es expresión de una afinidad comunitaria que se queda encerrada en las emociones y en los símbolos, sin contraparte en lo racional, y que, en el caso españolista, no se separó en su día de la herencia de la Dictadura, y ha sido patrimonializada por sus nostálgicos, que se han apropiado de la idea de España, excluyendo de ella al resto del país, con el consentimiento de los proscritos, una izquierda no menos rancia y vetusta, que ha abdicado su ser universalista, y ha renunciado a ser parte de su propia nación, abandonando el campo y autocondenándose al exilio interior. Una izquierda que pretende hacer pasar su derrota por victoria en el plano meramente simbólico, enarbolando orgullosamente como bandera -ella que reniega de tales símbolos- su antiespañolidad.

Pero cabe un -llamémosle así- patriotismo racional, para el que lo que cuenta es la realidad del país, esto es, España como Estado-nación, que es el solar donde vivimos cuarenta y muchos millones de personas, y que, siguiendo el certero símil helénico de la nave del Estado, podemos considerar como un buque en el que vamos embarcados los que en él habitamos. Se trata de entender la importancia de sus características de embarcación de tamaño medio, bien pertrechada y más apta para navegar y sobrevivir que la flotilla de falúas y esquifes que resultaría de su fragmentación, y más en un océano surcado también por los grandes navíos de Rusia, China y EEUU, donde hay que integrarse a la flota europea, y reforzarla, para poder competir en el mundo que viene. La descomposición de España como unidad política y económica sería suicida para todos, incluidos quienes cegados y sin fundamento, creen que obtendrían ventajas de ella.

Es necesario que la mayor parte de los españoles nos percatemos de esta realidad de la nación española, como unidad política socioecológica, para afrontar la batalla contra la amenaza cierta de su destrucción por los secesionismos periféricos, y excluyamos toda alianza con ellos.

Es más, resulta evidente que el crecimiento de la extrema derecha españolista ha sido ocasionado por las veleidades antiespañolas de la izquierda. Si ésta quiere, de verdad, pinchar su globo, no tiene más que asumir su compromiso político de izquierda española. Desde este punto de vista urge un pacto que tenga como objetivos, de un lado, rechazar los nacionalismos regionales y sus tendencias independentistas y, de otro, sustituir el patrioterismo nacional-españolista por un sentimiento y una actitud de lealtad a la comunidad política global, que no está reñido ni con las afinidades locales y regionales, ni con la defensa de intereses particulares, siempre que se haga en el marco de las leyes que permiten mantener la solidez del barco y evitar su descomposición.

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