Hasel y Ethos

Hasel y Ethos / A. L. Juárez / Photographessports

Los  acontecimientos que estamos viviendo en nuestro país a raíz de la condena del rapero Pablo Hasel nos conducen inevitablemente al campo del Ethos. El significado del término griego nos lleva primero al hogar, el lugar donde se habita. Esto entronca con el sentido más profundo que adoptó posteriormente, como carácter, modo de ser. Hoy entendemos la Ética como aquella rama de la filosofía que argumenta en torno a la acción humana para fijar los principios que la dirigen.

Si los molestos con la decisión judicial en el caso Hasel se hubiesen quedado en casa poco habría que decir, pero somos interpelados desde el momento en que han hecho partícipes, de forma bárbara, a toda la sociedad. Y aquí caben dos alternativas, con algunas variantes según la opción escogida: o se puede hacer y decir lo que cada uno quiera, y esto puede derivar en el homo homini lupus de Plauto como desenlace tan inevitable como indeseable; o acordamos que es necesario fijar unas reglas comunes que faciliten la convivencia.

En ese preciso instante en que nos posicionamos entra en juego la Ética, pero qué corriente: ¿el hedonismo?, ¿el estoicismo?, ¿el epicureísmo?, ¿el nihilismo?,... Esta multiplicidad nos arrastra, como si de un bucle se tratara, al primer punto que pensábamos superado, al capricho individual como motor de acción.

El mismo Hasel podría creer que está haciendo lo correcto con sus tuits incendiarios, o sus “seguidores” con su desbordada protesta, o la policía que debe contener los excesos, o los políticos que pasan de puntillas, o los que lo denuncian con rotundidad… Víctima y verdugo pueden pensar que están en lo cierto, aunque se trate de cosas totalmente irreconciliables. No es una cuestión menor y filósofos de todos los tiempos han reflexionado sobre el particular, pero encontrar pautas comunes no es tarea fácil. La pregunta de fondo es si podemos establecer un modo de actuar considerado adecuado y que sea asumido por todos.

Quizá en este principio general podamos estar de acuerdo. Eso buscaba Kant con el imperativo categórico de un ética que pretendía abandonar el subjetivismo para perseguir la universalidad que define a las ciencias. Esa es la gran batalla intelectual que sigue vigente.

Es seguro que podemos coincidir en la existencia de formas éticas de actuación pero divergimos cuando se trata de señalar el qué, cómo y cuándo. Sin embargo no podemos huir del debate en relación a nuestro modo de proceder. Porque el ser humano es un ser social, que no se queda anclado en especulaciones filosóficas, sino que vive e interactúa en un hábitat compartido.

Me identifico con el profundo pensamiento de Agustín de Hipona cuando señalaba que era necesaria la unidad en lo esencial, la libertad en lo dudoso y en todo la caridad. En una sociedad secularizada si cambiamos caridad por respeto nos encontramos con un principio de actuación muy valioso.

Y es precisamente en nuestros esfuerzos para lograr relaciones sanas con la mayor armonía posible y la conquista generalizada de derechos.

Esa apelación al Logos como respuesta, a la palabra como herramienta, al diálogo como método, al acuerdo como objetivo, es competencia de todos y para siempre, en especial del espacio doméstico (volviendo a la etimología) y del educativo, desde infantil a la Universidad y no sólo en las áreas mal llamadas humanísticas.

Porque quizá ningún saber tiene más repercusión que la Ética en nuestro desarrollo como sociedad y en nuestro progreso como seres humanos. Antes es preciso dejar de dividir a los ciudadanos, etiquetándolos como progres o carcas, comunistas o fascistas… adjetivos con los que solemos caricaturizar la enorme multiplicidad cultural de nuestras sociedades complejas y urge buscar en el espacio común, la reflexión ética, bases sólidas que puedan ayudarnos a construir un mundo mejor. ¿Seremos capaces?

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