Tribuna

Rafael Rodríguez Prieto

Profesor de Filosofía del Derecho y Política de la Universidad Pablo de Olavide

¿Guerra contra las mujeres?

¿Guerra contra las mujeres? ¿Guerra contra las mujeres?

¿Guerra contra las mujeres? / rosell

Ahora ya lo sabéis. Si os violan, buscad el convento más cercano para ingresar. Si es de clausura mejor. De esta manera, la sociedad certificará vuestro dolor y estampará sobre él un sello de la veracidad. Más de un lector sintió un reconfortante placer cuando Lisbeth Salander grabó sobre la fofa barriga de su agresor la sencilla frase "soy un cerdo violador". El arte y la vida continúan en perpetuo conflicto. Nora, la protagonista de Casa de Muñecas, sigue percibiendo que la sociedad no la entiende, ni le interesa comprenderla. Los golpes de pecho institucionales significan muy poco, si en realidad no se toma en serio una visión del mundo que perpetua una lectura que denigra a las mujeres y las sitúa en una posición desigual.

Resultan paradójicos los pucheros de los presentadores del duopolio televisivo ante los lacerantes casos de violencia o la extensión del machismo entre los adolescentes, a la vez que celebran la emisión de 50 Sombras de Grey. Ante todo, coherencia. O los programas, conocidos por todos, donde se exaltan valores rancios y patriarcales envueltos en el celofán del sexo y la progresía hueca. ¿Es que los políticos no se han preguntado por qué aumentan las actitudes machistas?

Ya lo sé. Ahora tenemos los días contra la violencia de género, las concentraciones y algunas medidas jurídicas y políticas que, se supone, ayudarían a contener y, en el mejor de los casos, vencer este problema social de siglos. Sin embargo, hay datos que nos muestran que algo se está haciendo fatal. Hace unos días, se nos alertaba de un hecho que se repite en los últimos años: estudios que ponen de manifiesto que los adolescentes reproducen estereotipos machistas como revisar el móvil de la pareja, controlar su cuerpo y vida social. También se llega al insulto y la agresión. ¿Existe una voluntad real de resolver el problema? Parece que no y los más jóvenes sencillamente nos advierten de ello. Nos dicen que todos esos golpes de pecho no son más que un fariseísmo a plazo fijo que se dispensa como cualquier otro objeto de consumo.

¿Cuántas de ustedes han tenido una entrevista en la que les han realizado preguntas que no se hacen a los hombres? ¿Cuántas de ustedes han tenido o tienen trabajos con un salario bajo y con horarios demenciales? Hasta que no se comprenda que la desigualdad está ligada a un modelo económico y social que la necesita para reproducirse, los logros serán muy escasos.

Este modelo basado en la desigualdad no sólo atenta contra la dignidad de las mujeres. Como dijo una filósofa estadounidense hace décadas, el feminismo es para todo el mundo. Bell hooks quería decir con ello que el patriarcado responde a una matriz que expande la desigualdad y que somete a las personas para que sirvan a un sistema injusto. Racismo, colonialismo y capitalismo son expresiones de una injusticia social lacerante que se ceba sobre los grupos más débiles de la población. Las mujeres son el ejemplo de ello. En diversas áreas geográficas y tiempos se han buscado formas de legitimar la opresión. Unas usan la religión para hacerlo. Dios lo manda y una buena mujer procrea y cuida del hogar. ¿Les suena? Otras lo confían a la ideología; a confinar a las mujeres en lo que denominan "el espacio privado". La mujer puede realizarse como la reina del hogar. La tecnología se usó con este fin cuando después de la II Guerra Mundial se las tuvo que volver a encerrar en casa. La mujer había ocupado puestos en la industria, había mostrado su valía e independencia. Cuando regresaron los hombres del frente, las transformaron en "gestoras de la tecnología del hogar". En la película de Stephen Daldry, Las Horas, se nos explica con una maestría difícil de igualar. Cuando la situación es insostenible se les recetan pastillas para los nervios. Drogar a las mujeres ayuda a mantener las cosas en su sitio.

El negocio es el negocio. Unos ganan, otras pierden. Mientras cuidamos el lenguaje, nuestros hijos e hijas descubren el porno violento en su dispositivo móvil, ven programas que reafirman la inferioridad de la mujer o devoran series que les instruyen en valores rancios, pero provechosos. Si desmontamos la seguridad social, alguien se tendrá que ocupar de niños y ancianos, mientras los hombres aceptan salarios más bajos.

La guerra contra la injusticia se está perdiendo. El sufrimiento de millones de mujeres lo atestigua. En España estamos un paso por delante de esos países del norte de Europa que siempre hacen todo bien y a los que les encanta darnos lecciones: al menos, somos conscientes del problema y una sana repulsa social se cierne sobre el maltratador y el machista. ¿Es suficiente? Mi compañera de al lado me dice que no.

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