Tribuna

javier gonzález- cotta

Escritor y periodista

Maniquíes y feministas

No nos extrañaría nada que en estos tiempos de activismo patafísico por cualquier causa a la gente le diera por querer acabar con el sufrimiento del maniquí

Maniquíes y feministas Maniquíes y feministas

Maniquíes y feministas / rosell

El otoño no ha llegado más que a los escaparates de grandes almacenes y tiendas de moda. El verano postrimero sigue apretando con su viscoso calor. Pero ahí están las criaturas esclavas, los maniquíes, ataviados con gabardinas, rebecas, jerseis, gorros para la lluvia, bufandas, estilosas botas de agua… ¿No dan pena? ¿Nadie reclama sus derechos?

El activismo de toda laya airea hoy sus banderas. Para evitar el acoso a la mujer se prodigan ahora los puntos lilas en los festivales de música (a ver si inventan un punto lilo para evitar las borrachuzas pesadas, que hay tantas como hombres pulpos cocidos al vapor). No bajan la guardia las milicias de veganos, de animalistas y de activistas climáticos guiados por el mesianismo naíf de la niña sueca Greta Thunberg. Pero echamos en falta defensores fanáticos de estos seres olvidados, los maniquíes. ¿Y si fueran, como los perros, seres sintientes? Quizá estén esperando a que una voz amiga y precoz -otra Greta Thunberg- se alce para crear conciencia sobre el sádico mensaje consumista al que están sometidos.

Lo que parece un rapto de demencia o de distopía chocarrera podría no serlo. No nos extrañaría nada que en estos tiempos de activismo patafísico por cualquier causa a la gente le diera por querer acabar con el sufrimiento del maniquí y propusiera una nueva ética del reclamo para los escaparates de las tiendas.

Desde luego el calendario de la moda y el calendario juliano creado por Julio César en el año 46 a. C. nunca han ido a la par. Por eso agobia ver a estos seres indefensos, los maniquíes, embutidos en la moda que habrá de lucirse muy a finales de octubre o durante el mes de los muertos, allá por el veroño (ese palabro horrible que remite al estío prolongado y al otoño remolón). El interludio hacia el otoño resulta reconocible por sus notas comunes en nuestras vidas igualmente comunes. Ya se sabe: la vuelta a los colegios, el auge de los divorcios tras un infeliz verano, la lista de los vanos propósitos personales, los primeros planes para ir a coger setas o el llamado síndrome posvacacional (de lo que debería hablarse de una vez es del verdadero drama silenciado: el síndrome vacacional). Pero hay otros signos propios de este tiempo de interludio no tan conocidos.

En los ambientes culturales, a los que algunos nos debemos por fuerza, vuelve a hablarse de rentrée o de reanudación de la frenética actividad. Cuando uno era joven, allá por las cenizas del tiempo, la palabra rentrée nos imbuía de nostalgia. Pero ahora nos provoca una pereza digna del inefable Oblómov, el personaje de Goncharov y gran príncipe de la vagancia.

Teatros, liceos, museos y centros culturales de todo el país retoman sus programaciones. Pero donde uno nota más el influjo poco o nada melancólico de la rentrée es en los catálogos de novedades que puntualmente nos envían las editoriales. Libros en cantidades ingentes y, como siempre, publicados con absoluta desproporción respecto a su demanda. Resulta abrumadora la cifra de títulos editados para una aldea numantina, como es España, que sigue resistiéndose al llamado placer de la lectura.

El trabajo nos lleva a ojear títulos y tendencias. Andamos ya saciados de libros sobre el nuevo fascismo (lo que muchos autores demuestran es que nada saben de fascismo, ni nuevo ni viejo o histórico). Hay otras materias de moda cargante, como el feminismo, que sigue vertiendo títulos apreciables y otros meramente oportunistas y gaseosos. Muchos de sus títulos parecieran concebidos por el método de la sopa de sobre o del llamado book instant (libros de actualidad mediática por los que las editoriales pagan para que sean escritos en régimen de escritorio-patera en apenas dos meses).

Pero volvamos a las sufridas criaturas, los maniquíes. No sabemos cómo a ningún escaparatista se le ha ocurrido ya embellecer su tienda con una maniquí actual y rompedora, vestida de otoño, pero con un libro feminista que asomase de la gabardina con sugerente encanto. Pongamos que un Siempre han hablado por nosotras de Najat El Hachmi o el muy vendido Mafalda: femenino singular.

Tal vez esta idea, en principio atractiva, podría enfrentar a activas feministas con activos defensores de la carta de derechos universales del maniquí (puesto que son hombres y mujeres con corazón y alma de poliuretano). Ya hemos dicho que todos los días brota un activismo nuevo cargado de anfetaminas contestatarias. Podría dar el asunto para una nueva distopía (género literario que sigue al alza desde El cuento de la criada de Margaret Atwood y cuya secuela -Los testamentos- ya está a la venta). Al menos sí que podría encajar la cosa como una distopía de serie B, que es en lo que se ha convertido el mundo.

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