Tribuna

JUAN ramón Medina Precioso

Catedrático de Genética

Pilar Aranda, una rectora democrática

Pilar Aranda, una rectora democrática Pilar Aranda, una rectora democrática

Pilar Aranda, una rectora democrática / rOSELL

Nacido en 1947, pertenezco a una generación de universitarios que se movió en los años 60 contra el franquismo. En realidad, solo éramos una exigua minoría, enfrente de la cual figuraban las autoridades políticas y académicas, junto con una fracción de estudiantes franquistas, relacionados con el ya decrépito Sindicato Español Universitario (SEU), el único permitido. Y el resto, la mayoría, se dedicaba a sus estudios, deportes y aficiones culturales, sin rechazarnos, pero sin apoyarnos activamente. De hecho, uno de los gritos más proferidos en nuestros "saltos" (breves manifestaciones callejeras) era "¡no nos mires, únete!", innecesario si hubiésemos contado con un apoyo mayoritario. En cualquier caso, aquella minoría, que organizaba frecuentes asambleas libertarias, imprimía panfletos en rudimentarias impresoras caseras, convocaba huelgas y abría las aulas a cantautores comprometidos, fundó los primeros sindicatos de estudiantes, a los que habitualmente exaltaba como "democráticos". Los más destacados de sus líderes, y algunos simplemente desafortunados, podían acabar expedientados y expulsados de la Universidad, e incluso pasar unos meses en la cárcel.

Ahora está claro que aquel contingente de jóvenes rebeldes albergaba dos corrientes contradictorias en su seno. Una de ellas se componía de los que nos habíamos creído que "dictadura, ni la del proletariado", célebre dictamen de Santiago Carrillo. La otra consistía en una abigarrada constelación cuyos miembros proclamaban que esa frase trasmitía un pensamiento "idealista y burgués", cuando lo único admisible era el materialismo dialectico y las consignas ora proletarias, ora populares, que en eso había sus matices. Mientras que los de la primera corriente pretendíamos sustituir la dictadura franquista por una democracia representativa, los de la segunda querían cambiar una dictadura por otra de signo contrario. Frente a Franco, el ideal para ellos era el cubano Castro; frente al chileno Pinochet, el albano Enver Hoxha. Y así sucesivamente. Si les decíamos que tanto se perseguía a los desafectos en unos sistemas como en los otros, nos miraban con desprecio.

Tenían sus argumentos. Ya Lenin, en El Estado y la Revolución, había denunciado que las democracias representativas no eran sino una forma encubierta de dictadura burguesa. Y también Mao, en Sobre las contradicciones en el seno del pueblo, había dictaminado que solo formaban parte del pueblo los sectores sociales cuyos ideales no entrasen en contradicción con la política del Partido Comunista. Como cambiaba según las circunstancias, el pueblo resultaba una entidad sumamente elástica, que menguaba o crecía según variase el objetivo principal de los comunistas chinos en cada etapa. En consecuencia, nosotros, los demócratas, lo mismo podíamos formar parte de las huestes populares, aunque revisionistas, que ser expulsados otros días al abismo de los liberales, tan peligrosos como los franquistas.

Lejos de puramente verbal, aquella pugna dio lugar a múltiples incidentes concretos. Uno de ellos, y muy sonado, tuvo lugar con motivo de la conferencia que el francés Servan-Schreiber, un diputado centrista que dirigía el periódico moderado L´Express, intentó pronunciar en la Universidad de Madrid en marzo de 1968. Mientras que los demócratas queríamos escucharlo, considerando su presencia una conquista de apertura, los demás antifranquistas lo recibieron con un cartel que decía "Europa Socialista. Neoliberalismo no". Tras gritarle "payaso", impidieron violentamente que hablase. Aquella gente, que no toleraba ningún pensamiento opuesto al suyo, odiaba la libertad de expresión tanto como los franquistas.

Esa estirpe nunca desapareció, sino que, llegada la democracia, siguió impidiendo hablar en las universidades a todos los que difiriesen de sus concepciones. Ya fuese Rosa Díez, Esperanza Aguirre o Arrimadas, bloqueaban activamente sus conferencias. Obviando que representaba a un partido que obtuvo más votos en Andalucía que todos ellos juntos, ahora le ha tocado el turno a la abogada Olona en la Universidad de Granada. Suelen decir que se oponen al fascismo, pero en esa palabra meten a todos los que no sean de su cuerda, liberales incluidos.

En su delirio antidemocrático, han criticado incluso a la rectora. Tachándola de equidistante por haber autorizado la conferencia, solo demuestran no tener ni idea de qué es la democracia, ni de quién es Pilar Aranda. No hay democracia sin libertad de expresión, a cuyo amparo cada uno puede discursear sin otro límite que el Código Penal. Y permitirlo no es síntoma de equidistancia, sino de talante democrático. Así, aunque la rectora apenas comparta opiniones con Olona, no ha impedido que hable. Ejemplar. Activa desde antes de integrarse en el progresista equipo del rector Morillas, ha hecho más Pilar por la democracia en España que todos los que, so pretexto de humanismo, quieren acabar con la libertad de expresión en nuestras universidades. Ignorantes: si quieren un ejemplo de valores feministas, miren a la rectora granadina, cuya trayectoria democrática, a diferencia de la de sus censores, no admite duda alguna. Como dice una catedrática de Microbiología sevillana, ¡qué fachas son algunos progres!

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