Tribuna

aBEL VEIGA

Profesor de Derecho en ICADE

Recuperar la normalidad

Hablar a la ligera de reforma constitucional es despertar demasiados complejos, inercias y viejos demonios. La legislatura tiene sus días contados

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Recuperar la normalidad

No nos engañemos, recuperar la normalidad no será sencillo. Al contrario, prácticamente un imposible. Ni en uno ni en seis meses. Hará falta mucho. Una o dos generaciones, pero sólo si todos quieren entrar en esa normalidad. El daño que se ha hecho, el muro de incomprensión pero, sobre todo, el sentimiento de ultraje y victimismo, seguirá creciendo. Es la condición humana, puro egoísmo maniqueo. No, no será normalidad, será una distensión, con sus altibajos, altisonantes, también tensos. No debemos subestimar al nacionalismo. Son previsibles, pero siempre impenitentes y fijos en sus objetivos. El salto de gigante ha sido abismal, en todos lo sentidos, sentándose en un vórtice de precipicios, pero también sentándonos a todos asomados en ese mismo abismo.

En España no se educa, se adoctrina. Y en adoctrinamiento algunos han sido maestros. El resentimiento, hoy, es enorme; no lo ocultemos ni dejemos de lado. La distancia, mutuamente gigante. La desconfianza, total, y el recelo, creciente. Esa es una de las aristas de esta factura. Se ha ido demasiado lejos, se ha dejado ir demasiado lejos. Culpas y culpables, pero ya no es hora de lamentarse. Quijotes y Sanchos han terminado por tensionar y polarizar la convivencia, el encuentro y la confianza. De lodos y barros todos sabemos mucho. Pero la realidad es la que es, y el pragmatismo de intereses se acabará imponiendo. Ciertamente son tiempos ahora mismo de recomponer muchas cosas, pero no sabemos si lo lograremos. Imponer es fácil, pero solo un tiempo. Dialogar sobre lo indisponible también, pero no se preocupen que este país es un país de apaños, de muchas resignaciones y de también, de privilegios para unos pocos. Los niños consentidos siempre ganan. Lo veremos.

La etapa de la transición ha muerto definitivamente. La ruptura territorial y sus desafíos abren las puertas a nuevos retos. Abrir la caja de Pandora institucional sin los hilos de Ariadna es un riesgo de consecuencias ignotas. Hablar a la ligera de reforma constitucional es despertar demasiados complejos, inercias y viejos demonios. La legislatura tiene sus días contados. La tensión que va a suponer la aplicación del artículo 155 -tensión en Cataluña, evidentemente, y la habrá- dinamitará consensos si muchos protagonistas no ceden y cambian y si no se restaura de inmediato la sensatez, la legalidad y la normalidad. Los independentistas no darán marcha atrás. Si lo hacen saben que volver a subir esa montaña será la siguiente vez más dramática, más pesada, más difícil.

Pero ¿qué harán si finalmente se aplica el artículo 155 y se cesa al Gobierno catalán en pleno y se recorta competencialmente las funciones del Parlamento? ¿Acaso creen que se quedarán cruzados de brazos cuando donde años han jaleado, gritado, insinuado, amagado y copado calles, instituciones, discursos, relatos y se sintieron dueños y señores de todo? Que nadie cante ni vitoree nada porque nada se ha ganado y cuando se gana otros pierden. La cuestión era decidir quién perdía y no perdía. Pero todos perdemos de momento un poco.

Ésta será una semana intensísima, compleja. Puede suceder cualquier cosa. Tampoco descartemos en esa huida hacia delante que lo incendie todo declarando Puigdemont unilateralmente la independencia, convocando elecciones y provocando la actuación judicial penal.

Es posible que las elecciones sean una salida, pero también son una enorme ruleta rusa. Impredecibles. Desideologizar conciencias, sentimientos e instituciones es una tarea titánica. Son cuarenta años de visión única, incansable, constante. Y el sentimiento de agravio, de depresión creciente, usurpación, atropello a lo que ellos consideran única verdad, espoleará ad nauseam un victimismo hambriento y sediento de glorias y relatos de perdedores. Han jugado con las emociones de la gente y éstas se han dejado subyugar por la épica, el romanticismo revolucionario de construir una nueva Arcadia, una nueva patria en el siglo XXI. Votar en este contexto, hacerlo cuando muchos catalanes se van a sentir violentados, expoliados en sus derechos, aunque no les importe los derechos de los demás, es un polvorín emocional y electoral que puede deparar un problema aún mayor. Apelar a mayorías silenciosas es jugárselo todo a la carta del azar y la improvisación, amén de dilatar el verdadero problema, la raíz.

El Gobierno mueve ficha. La presión es toda ahora para el Govern catalán. Los próximos días son clave para saber si, a las bravas o pactando la solución con otros protagonistas, algo cambia o todo es susceptible de empeorar.

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