Tribuna

fernando castillo

Escritor

'Surcos'

'Surcos' enlaza con esa corriente de aborrecimiento de Madrid que surge con el liberalismo del XIX y que se intensificó entre los sectores más conservadores durante la República y la guerra

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'Surcos'

Sin duda, lo peor de un aniversario es su olvido, pero también lo es su celebración vergonzante. Todos los años hay posibilidades de conmemorar decenas de acontecimientos más o menos destacados que, por un afán de precisión, suelen coincidir con eso que se llama números redondos, sobre todo los centenarios. El pasado año fue el setenta aniversario, número que tampoco está mal, del estreno de una película que se considera entre las más notables del cine español, a la que sin embargo se diría que no se ha aludido todo lo que se merecía, o al menos así me lo parece. Se trata de Surcos, la película dirigida por José Antonio Nieves Conde basada en un relato de Eugenio Montes, con guión del propio Montes, de la actriz y guionista Natividad Zaro, un personaje de película, y de Gonzalo Torrente Ballester. Un grupo de escritores amigos, y algo más, que tenían en común su proximidad a la Falange. Sería injusto no mencionar el reparto de la película formado por unos actores que son parte del cine español, en el que destacan los magníficos Félix Dafauce, Luis Peña o María Asquerino, por no citar al elenco completo.

Desde una perspectiva cercana al neorrealismo, Nieves Conde muestra el impacto de la emigración rural por medio de una familia, probablemente castellana, que llega a Madrid en busca de fortuna. Se ha dicho con frecuencia, pero no deja de ser cierto, que desde al cine negro y con una mayor dureza, Surcos se adelanta en casi una década a Rocco y sus hermanos, una película del neorrealismo ya declinante en la que Luchino Visconti describe las peripecias de una familia campesina del Mezzogiorno que emigra al industrializado Milán. Las semejanzas son grandes, casi diríamos que excesivas, por lo que cabe pensar en una inspiración del modelo español, que probablemente conoció Visconti.

Desde un punto de vista cinematográfico, Surcos tiene el interés de las obras pioneras, pues supone la recuperación del cine social y de un lenguaje internacional en un contexto de posguerra en el que las películas de carácter religioso e histórico, como Balarrasa o Alba de América, eran los géneros dominantes. El experimento fue tan exitoso como efímero, pues no tardó en ser prohibido, aunque lo que de verdad sorprende es que Surcos regateara a la censura y llegara estrenarse. Y es que la película no ahorra, en la medida que lo permitían las circunstancias, las alusiones a los bajos fondos de estraperlistas, traficantes, peristas, prostitutas y golfos del Madrid de los barrios bajos, en un tono, unos diálogos y circunstancias a veces de enorme dureza. Es un Madrid adverso, difícil y chulesco, más de los majos y jaques o de la barojiana Lucha por la vida que del ya nada ramoniano Rastro, uno de los escenarios de la película, que comienza con una secuencia en la que aparece el metro y la plaza de Lavapiés, pues como manda el canon neorrealista, en Surcos abundan tanto las denuncias como los exteriores.

Un Madrid que, sin embargo, no se describe como una ciudad moderna, sino como urbe galdosiana, cuando no decimonónica, pero a la que se le dota de todos los vicios propios de las nuevas metrópolis. Madrid aparece como Babilonia, una ciudad viciosa que corrompe a todos, especialmente a los ingenuos que proceden del campo, de la virtuosa Naturaleza. Una película que enlaza con esa corriente de aborrecimiento de Madrid que surge con el liberalismo decimonónico y que se intensificó entre los sectores más conservadores durante la República y la guerra al convertirse en una ciudad revolucionaria. Una idea que impulsó en la postguerra obras como Madrid Nuestro, de Ernesto Giménez Caballero, en la que el Madrid moderno, el de la Edad de Plata, aparece como un lugar indeseable. Un punto de vista reaccionario del que participa Surcos, situada frente a la modernidad que representaba todo lo urbano y lo moderno.

La familia protagonista de la película es un ejemplo de la emigración que acudía a trabajar en la industria procedente de un campo casi medieval. Un proceso que entonces estaba cambiando España, comenzando por las grandes ciudades, cuya población aumentó en la década de los cincuenta de manera geométrica y que desencadenó profundas transformaciones económicas, sociales y, aún más, culturales, pues en pocos años España dejó de ser una sociedad rural para convertirse en industrial y urbana. No se desvela ninguna trama si decimos que el resultado de ese proceso que llevó a millones de españoles a cambiar su vida, en el caso de Surcos, como el de tantos otros en la vida real, acaba mal, incluso muy mal, culminando con el regreso al pueblo de una familia diezmada, certificando así una derrota asimilada que confirma el error que había destrozado una familia pobre pero que, antes de llegar a la estación de Atocha, estaba unida y era honrada. Un final de tragedia, es decir, neorrealista, para una gran película que se debe volver a ver.

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