Tribuna

Manuel Bustos Rodríguez

Catedrático Emérito de la Universidad CEU San Pablo

Tiempo de Navidad

El momento de marasmo en que vivimos actualmente en el mundo ayuda sin duda también a propagar esta pseudorreligión acomodada a nuestros prejuicios

Tiempo de Navidad Tiempo de Navidad

Tiempo de Navidad / rosell

En medio de una población aducida por luces destellantes, los reclamos de las compras y las ansias de vivir sin cortapisas, está pasando desapercibido el recrudecimiento de la ofensiva laicista contra lo cristiano que se viene desarrollando desde hace tiempo en nuestro mundo. La Navidad se ha convertido por ello en objetivo preferente de la misma, en una celebración amenazada, al ser, junto a la Semana Santa, vértice esencial de la cosmovisión cristiana, que cada año por estas fechas nos recuerda el gran acontecimiento que es para la Humanidad el nacimiento del Niño-Dios.

Se ha logrado difuminar así en buena parte el sentido de esta festividad, por otro lado ancestral, manifestación religiosa de nuestra cultura, inspiradora de nuestros valores éticos e, incluso, de nuestro sentido de la belleza, con iniciativas destinadas a contrarrestarla y desdibujarla, hasta sumirla a la larga en la irrelevancia y el olvido. Se aprovecha para hacerlo todo tipo de resortes. Últimamente, incluso, la cobertura de la Unión Europea y sus instituciones, con el intento a través de ellas de la supresión de la palabra Navidad para denominar las celebraciones del 24 y 25 de diciembre vinculadas a la venida del salvador de la Humanidad, y cambiarla por la de simples fiestas, algo que en paralelo, desde hace unos años, se ha apresurado a llevar a cabo nuestra Administración en sus distintas secciones a la hora de felicitarnos la Navidad.

La mayor parte de las veces el paso de un término al otro, solo en apariencia inocuo, se produce por simple contagio; otras por manifiesta complicidad con lo que se lleva, aunque la excusa sea el siempre socorrido mantra de la inclusión. Inclusión que, como en tantas ocasiones, se hace desde el abandono o reniego de las tradiciones y de la frecuentemente denigrada historia propia, inmolándolas en el altar a los dioses de otras culturas y religiones, que no hacen lo mismo con las suyas. Es como si cualquiera de nosotros, cuando entramos en una realidad social bien diferente a la nuestra, no tuviésemos necesidad de hacer todo lo posible para integrarnos lo mejor que podamos en ella, esperando que sus miembros lo hagan en nuestro lugar.

En el fondo, todo esto nos recuerda esa vocación al suicidio de Occidente, y no sólo en Europa, tantas veces comentada desde distintas instancias intelectuales; o ese deseo frecuentemente manifiesto de destruir los fundamentos que le han sostenido desde siglos; de ensayar, en definitiva, un regreso a las creencias y expresiones neopaganas anteriores al Cristianismo, con el visto bueno de la progresía occidental. Así ocurre con esa especie de culto a la Naturaleza, envuelto en justificaciones seudocientíficas y emotivistas, que con tanta frecuencia vemos hoy.

El momento de marasmo en que vivimos actualmente en el mundo ayuda sin duda también a propagar esta pseudorreligión acomodada a nuestros prejuicios. Y ayuda igualmente al progreso de esa iniciativa de tres vertientes (ecologista, igualitarista e inclusivista), a la que se han sumado con avidez, de manera más o menos consciente, unas masas cretinizadas y vacías, así como unos responsables públicos siempre dóciles a lo que se lleva sin apenas crítica, celosos por mantenerse en el puesto y de promoción personal. No digamos ya las empresas, dispuestas a olfatear las últimas tendencias y promocionar las ventas. El sentido tradicional de la Navidad aboga en demasía por lo austero. Unos y otros no han debido sopesar debidamente los efectos.

El período navideño es un tiempo propicio para la convergencia de todos estos elementos en pro del vaciado del sentido de las celebraciones y de su transformación en la gran apoteosis del consumo que es actualmente, sea con Papa Noé o con los Reyes Magos. También este año se volverá por tanto a repetir lo de todos los años, y quizás esta vez de manera aún más sobredimensionada, tras los confinamientos de la pandemia. Solo ese toque familiar y nostálgico que aún conserva la Navidad, junto a la celebración todavía viva del magno acontecimiento en los cenáculos cristianos, nos recordarán el sentido último de este tiempo y de lo que celebramos en él. La esperanza, no está en absoluto perdida.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios