Tribuna

Luis y Jorge Ortiz González

Hijos de Ángeles González Callejas

Nunca habrá tiempo para agradecer...

En la interminable lista de cosas malas cuando aparece una enfermedad grave como la que tenía ella, destaca el hecho de que se convierte en centro casi único de tu vida y la de los que te rodean

Ángeles González Callejas, una luchadora

Ángeles González Callejas, una luchadora / G. H.

NUESTRA madre, Ángeles, nos repetía una y otra vez que no le gustaba que tuviéramos que acompañarla al médico. Sentía que tuviéramos que dejar de hacer otras cosas o que tuviéramos que faltar al trabajo. En la interminable lista de cosas malas cuando aparece una enfermedad grave como la que tenía ella, destaca el hecho de que se convierte en centro casi único de tu vida y la de los que te rodean. Pero eso a nosotros no nos molestaba. Teníamos que hacer frente común, costara lo que costara. Y nunca nos ha gustado plantear esto como una batalla que se gana o se pierde, por el mero hecho de que se simplifica algo tan duro, por el mero hecho de que hay todo un mundo que en su mayoría, contra viento o marea, te ayuda a avanzar en este tortuoso camino.

La empatía de la cara desencajada del primer médico que nos dio el diagnóstico "imagen extraña… resonancia craneal...". Ese fue el primer momento en el que parece que te han arrancado el corazón. Y justo fue ese el momento en el que la neurocirujana Esperanza Arcas, vino a explicarnos lo que nos quedaba por delante y sobre todo lo que le quedaba por delante a mi madre. Sin adornos. Ya está. Esto es así, y el mejor de los diagnósticos es malo. Punto. Tras hacer el esfuerzo de tragar saliva, seria, empieza a hacer lo que mejor sabe hacer: su trabajo. Y nos empieza a relatar que van a hacer esto, aquello y lo otro... "Por lo pronto, a primera hora del lunes el equipo del doctor Gonzalo Olivares va a operarla". Y la doctora insistió: "Aprovechad y descansad ahora, porque a partir de aquí viene lo peor".

Al milagro de aquella intervención, le siguió la segunda fase en la planta de Oncología Radioterápica del PTS con el doctor José Carlos Villén, que con una sonrisa contestaba paciente todas y cada una de las preguntas de nuestra madre. Así acudíamos a las revisiones, así la dejábamos en manos del equipo de técnicos, auxiliares y enfermeros, como Charo, que tan amable la trataba.

Y la pasión que sentía mi madre por Plácida, que tan cariñosamente le daba indicaciones, la acompañaba cogida del brazo y que siempre tenía un segundo para acercarse a saludarla cuando la veía en la sala de espera (actos que pueden parecer nimios, pero que ponían una sonrisa en la cara de mi madre en esa sala de espera de radioterapia. Actores y actrices principales en esta historia en la que mi madre iba soportando estoica el tratamiento y en la que se iban cruzando otros como la enfermera Susana Ramos de su centro de salud en Carretera de la Sierra, siempre atenta cuando aparecíamos para los análisis de sangre semanales.

No tendremos vida suficiente para agradecer a todos los que nos ha rodeado este año y pico

Esa era la comedia en que ella se había visto inmersa, para el que no había mejores acompañantes. Imposible mejores manos para salvarnos de aquel descenso a los infiernos que para nosotros, para mi madre, fue ver cómo la enfermedad seguía su curso imparable. El drama para la pobre que supuso que la derivaran a otra oncóloga. "Pero es que el doctor Villén es tan bueno y era tan guapo" (esperamos que nuestra madre perdone que lo hayamos desvelado)… "No se preocupe, que la dejo en buenas manos con mi compañera Beatriz González", que siguió el plan básico de esta historia: sí, estamos aquí y esto es lo que vamos a hacer. Tragar saliva y seguir. Así continuábamos con el tortuoso plan de citas en el que nos ayudaba Carmen Ortega, la supervisora de enfermería y visitando cada semana a la doctora González, en las que mi madre comenzaba preguntando: "¿Entonces cómo me ves?" Y sin mediar un segundo contestaba "¡Pues Ángeles muy guapa! ¿Cómo quiere que la vea?" Entonces era cuando ella respondía algo como "anda, qué cosas tienes...", mientras hacía un gesto entre tímido y coqueto.

Esta es la historia. Ya está.

Aún nos da la impresión, a pesar de todo, de que no tendremos nunca vida suficiente para agradecer a toda la gente que nos ha rodeado este año y pico. No sólo al fantástico equipo médico del Sistema Público de Salud. No, no tendremos tiempo. Porque hoy mi hermano y yo pensamos en todos ellos y sentimos que mi madre no perdió ninguna batalla en esta enfermedad. Todo lo contrario, luchó en todo momento, y con el mejor equipo y, lo que es más importante, se sintió querida. Sobre todo supo que siempre había un plan de guerra, incluso cuando las cosas no podían ir peor. Y ella nunca dejó de dar las gracias y nunca dejó de decirnos que lo sentía por nosotros, que sentía que tuviéramos que estar con ella. Y esperamos que alguna vez de verdad entendiera que a nosotros nos encantaba estar a su lado, porque es donde hay que estar, porque es donde estuvieron aquellos trabajadores del sistema sanitario.

Y todo ese amor que siempre nos dio (antes de la enfermedad, claro, y durante la misma), sumado a todo ese cariño que colateralmente nos llegó gracias a los cuidados de toda la gente que aquí se ha mencionado y la que, por falta de memoria y espacio no ha entrado (Antonio Adán, trabajador social del Ayuntamiento, las médicas de urgencias Lourdes y Bahareh, Carlos, Laura y Yolanda de Oftalmologia en Guadix... o Carmen, la cuidadora que tuvo durante este año y que tan pacientemente la ayudaba). Todo ello ha hecho que dentro de nuestro pecho sí que haya una batalla que se puede ganar contra el dolor, contra la infinita tristeza que nos produce la pérdida hace un mes de Ángeles González Callejas, nuestra madre. Gracias.

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