Tribuna

Pablo gutiérrez-Alviz

La bula morada

A cualquier español se le abren las carnes comprobando en manos de quién estamos en materia de consumo: se nos pone la carne de gallina

La bula morada La bula morada

La bula morada / rosell

La reciente remodelación del Gobierno de España tiene una interpretación especialmente decepcionante: el presidente no se ha atrevido a cesar a Alberto Garzón, ministro de Consumo. Pedro Sánchez, timorato, lo mismo llegó a pensarlo pero Yolanda Díaz, la vicepresidenta morada, hubiera respondido: "Los ministros y ministras de Unidas Podemos son intocables. Además, Alberto forma parte de la cuota de Izquierda Unida y es un republicano muy antifascista. No hay nadie más preparado que él para regir el consumo de este país". Todo un injusto privilegio de la coalición podemita que Sánchez respeta para seguir en la Moncloa.

Conviene repasar someramente las virtudes del señor Garzón. Una licenciatura en Económicas con su máster correspondiente, y haberse apuntado a las juventudes de Izquierda Unida al cumplir la mayoría de edad, lo que le valió para ser diputado en el Congreso en 2011, con 26 años. Al parecer, alega como mérito excepcional algún escarceo con el movimiento del 15M. Nunca se le ha conocido ninguna singular actuación por el bien común. De hecho, como ministro no resuelve ni ejecuta. Sí han trascendido sus manifestaciones más peregrinas: cuestionó las bondades de la industria del turismo; desafió al negocio del juego, que apenas se ha visto afectado; proclamó que "el azúcar mata" con una agresiva campaña publicitaria; y, ahora, ha salido con lo de la carne invadiendo las competencias de los ministerios de Sanidad y Agricultura. Previamente, había declinado presentarse como candidato en las próximas elecciones a la Presidencia de la Junta de Andalucía. Esta decisión ha sido irrelevante excepto para sus parientes y correligionarios que lo han festejado sin disimulo.

El caso más escandaloso de su incompetencia fue con la subida de la electricidad a los consumidores: nos abandonó como carne de cañón. Este asunto lo despachó con indecencia, vino a señalar que era un problema estructural.

A cualquier español se le abren las carnes comprobando en manos de quién estamos en materia de consumo: se nos pone la carne de gallina. Si se comparan sus recientes fotografías con las del pasado se nota que se ha metido en carnes: ha echado carnes. La inactividad engorda y ha cogido color de carne de doncella.

La carne ha tenido una importancia capital en la historia de la Humanidad. Para no remontarnos a Adán y Eva, muy carnales, haré un breve repaso de su trascendencia durante la etapa democrática española. Suárez, austero, se conformaba con una tortilla francesa. González, perdió a un gran ministro de Economía, Boyer, por el pecado de la carne. Aznar tuvo que lidiar con el lío de las vacas locas, y puso de pararrayos a la insufrible Villalobos con el hueso de ternera para el caldo de puchero. Zp, ruinoso, se decantó por la carne de conejo, barata y solidaria. Rajoy, por su tierra de origen, dudaba entre la vaca rubia gallega y el lacón con grelos. Y Sánchez opta por el chuletón al punto: imbatible.

Garzón, último eslabón de esta historieta, hace carnes (hiere) a los consumidores y nos tiene en carne viva. Va camino de dejarnos en carnes, desnudos, y bien magros si seguimos su dieta de interés planetario. Quizá solo podríamos tomar carne de membrillo, aunque cuando descubra que es un postre con azúcar me temo que también lo vetaría.

Este ministro de pitiminí, ni carne ni pescado, es un ejemplo perfecto del éxito de los miembros de las juventudes de todos los partidos políticos: a mayor ineptitud, mejores puestos en la vida pública. Antes o después lo echarán, y entonces seguro que será colocado en algún organismo internacional donde recalan felices las fracasadas estrellas fugaces de la política.

La religión católica (y otras) prohíbe comer carne en determinadas fechas. No obstante, en ocasiones, la autoridad competente dicta bulas para que los feligreses puedan saltarse la abstinencia a cambio de rezos y limosnas. No sería extraño que Garzón, pontífice civil, sueñe con conceder generosas bulas para poder zamparnos un guiso de patatas con carne, como celebración del solsticio de invierno o por año nuevo.

Este incidente cárnico debería ser un revulsivo contra la privilegiada e intocable cuota de poder morada. En todo caso, Yolanda Díaz nunca reconocería el fracaso de su inútil camarada.

Pedro Sánchez, solo preocupado por conservar la presidencia del Gobierno, ha respetado la bula de la coalición de UP y no ha cesado al ministro de Consumo. Algunos exagerados calificarían a Garzón como un "cacho" de carne, en cuanto que carecería de inteligencia. No me atrevería a decir eso, y menos de un joven "gobernante", pero sí que puedo afirmar que es todo un merluzo.

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