Tribuna

Fernando castillo

Escritor

Los cafés

El Café forma parte del paisaje desde el siglo XVIII, el siglo del racionalismo y la Ilustración, cuando las ciudades se reconocen como el escenario en el que se hace la historia

Los cafés Los cafés

Los cafés

Es el Café, escrito con mayúsculas, el local en el que, además de servirse la olorosa infusión y otras bebidas, tiene la condición de lugar de reunión pública más característico de las ciudades europeas hasta su sustitución a finales del siglo pasado por su variedad contemporánea, el bar o la cafetería. Su condición de centro de actividad cultural y política ha inspirado desde ángulos diferentes al recientemente desparecido Antonio Bonet Correa y a Antoni Martí, unos libros imprescindibles.

Es precisamente Antonio Bonet quien nos aclara cuál es la esencia cultural del Café cuando lo define como "un ágora, una plaza mayor cubierta", situando a este especialísimo tipo de local en la historia cultural de Occidente. El Café forma parte del paisaje urbano europeo desde el siglo XVIII, el siglo del racionalismo y de la Ilustración, un momento en el que las urbes se reconocen ya definitivamente como el escenario en el que se hace la historia de manera exclusiva. Desde este momento el Café se integra en la sociedad ya de forma reconocible, acogiendo a quienes entre sus mesas se reúnen, conspiran, escriben, galantean, sueñan, juegan, compran, venden, discuten, reflexionan, amenazan, dibujan, escuchan música y noticias, arengan, informan, fundan, fusionan y disuelven sociedades y grupos literarios y artísticos o partidos políticos y sindicatos. Todo, al tiempo que se toma la infusión. Decir Café es, por tanto, decir tertulia, club, parlamento, casino, círculo, manifiesto, redacción de periódico, sala de concierto, oficina editorial, logia masónica, estudio, salón, estado mayor -el estratega de café que gana guerras sin despeinarse-, caja de resonancia, ventilador de rumores de donde parte el bulo de Café que tanto tiempo ha competido con la noticia. Durante tiempo, no había opciones: del Café se salía hacia el Gobierno o hacia la cárcel. Lugar de coincidencia en el que se confraterniza, entre sus mesas se respira aire de libertad, confirmando que es uno de los escenarios de la sociedad democrática, algo que señalaba Josep Pla en relación con los locales madrileños de los veinte: "Todo sucedía en aquel entonces en los cafés y lo que no sucedía en los cafés no existía".

El Café es también inseparable del desarrollo de la prensa, otra institución propia de la modernidad que arranca del mismo momento y con la que tiene más de una coincidencia, tantas que a veces redacción y Café, reportero y tertuliano se confunden. Ya desde los agitados días de la Revolución Francesa, los cafés contribuyen activamente al desarrollo de la libertad de prensa e imprenta, que luego se llamará libertad de expresión, al tiempo que son una suerte de parlamento alternativo, asambleario, muchas veces más democráticos que las censitarias cámaras legislativas decimonónicas que acogían a próceres pocos convencidos del parlamentarismo. Basta con recordar al Cádiz de la época o leer a Pérez Galdós.

Otra cosa es la literatura y el arte, pues desde el siglo XIX el Café es el lugar de reunión de escritores y pintores, agrupados por afinidades y antagonismos, que renovarán el mundo cultural desde el romanticismo a las vanguardias y sus ismos, unos movimientos en los que el Café es una pieza axial y en el que el ramoniano Pombo, que ahora ha estudiado Eduardo Alaminos, es señero. De esta forma, desde el inicio de la sociedad moderna, el café se incorpora al mundo literario y artístico con una pujanza que revela su importancia. Pintura, fotografía y luego el cine añaden el Café y sus personajes a su repertorio temático hasta el extremo que puede hablarse, especialmente en el impresionismo, el primer movimiento plenamente urbano, de una especie de subgénero pictórico.

Se puede establecer un itinerario esencial de ciudades y cafés de Europa, en su mayoría citados por Antonio Bonet, muchos de los cuales todavía perviven: París (Flore, Les Deux Magots, Le Dôme, La Coupole, Le Sélect, La Rotonde, La Closerie des Lilas…), Viena (Central, Museum, Hawelka, Mozart), Padua (Pedrocchi), Florencia (Gilli, Giubbe Rosse), Berlín (Romanische, Monopol, Josty), Milán (Borsa) Praga (Slavia, Oriente), Roma (Greco), Cracovia (Jama Michalikowa), Lisboa (A Brasileira, Chave d'Ouro), Barcelona (Els Quatre Gats) y Madrid (Levante, Granja El Henar, Colonial, Pombo, Negresco, Zahara, Varela, Gijón, Comercial, Teide…). Una lista de escogidos, naturalmente incompleta, a la que casi toda ciudad europea podría aportar otros tantos nombres para formar una particular baedeker, para decirlo con un término de la época, de la que hoy apenas quedan restos pues ya han perdido su función.

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