Tribuna

Juan Ignacio de Arcos

Director de Programas Ejecutivos de Big Data & Business Analytics de EOI

Por 2 céntimos, te digo dónde estoy

Por 2 céntimos, te digo dónde estoy Por 2 céntimos, te digo dónde estoy

Por 2 céntimos, te digo dónde estoy

Mi suegra solía decirle a sus hijos, entonces jóvenes, cuando se iban de viaje a la playa o al campo: "No me llaméis a no ser que estéis en peligro de muerte". Es cierto que por aquel entonces no existían los móviles, que reemplazaron poco a poco a la ahora extinta cabina telefónica, pero era lo que había y si realmente sobrevenía alguna urgencia, se llamaba. Por el contrario, mi madre, cada vez que mis hermanos o yo salíamos de excursión nos instaba a llamarla por teléfono a la llegada para tranquilizarla. Nunca ocurrió nada, exceptuando quizá el caso de mi cuñado, que con dieciséis años y creyendo que su autobús de línea le llevaba a Zahara de los Atunes, se presentó en Zahara de la Sierra. Tras caminar varios kilómetros, convencido de que lo que olía era la deliciosa brisa marina, se tuvo que volver en otro autobús cariacontecido. Estar ilocalizable tenía su lado positivo (libertad, anonimato, secreto) pero también negativo (soledad, indefensión, abandono). Por tanto, había que administrar con prudencia y sabiduría esta circunstancia.

La tecnología ha cambiado -y mucho- esta administración. Es sabido que los móviles pueden rastrear nuestros movimientos mediante dos vías: las torretas de las operadoras y el conocido sistema GPS. Vayamos donde vayamos con nuestro móvil, vamos dejando un rastro con precisión en el rango de centímetros. Vamos, como una versión mejorada del cuento de Pulgarcito.

Al menos en España, y por fortuna, los datos de nuestros movimientos en manos de las operadoras de telefonía, necesitan una orden judicial de la Policía Judicial o del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) para poder ser consultados. ¿Su finalidad? Ser utilizados en juicios como prueba exculpatoria o condenatoria. Hasta ahora bien. Pero, ¿qué ocurre si la prueba falla? Pues esto es lo que ha ocurrido recientemente en Dinamarca, donde treinta y dos reclusos han tenido que ser liberados al detectarse que el "sistema" había asociado erróneamente teléfonos a torretas con errores de varios cientos de kilómetros. No sólo se había condenado a inocentes, sino que en estos momentos hay criminales de rositas por ahí. Lo que antes se había considerado inequívoco, objetivo y confiable, ha dejado de ser prueba concluyente. Eso implicará revisar un número considerable de condenas, diez mil casos para ser exactos. Desde 2012. El problema parece que es el software utilizado para recoger las llamadas. ¿Es el mismo utilizado en España, en USA o en otros países? Está por ver, pero este fallo puede derivar en un escándalo a nivel mundial que atañe a cientos de miles de reclusos. Atentos.

Pero no sólo nuestro móvil nos puede delatar. Los ordenadores también dejan rastro. Terrible es el caso de los Arnolds. Una pacífica familia americana viviendo en una remota granja de Kansas. Hasta que han demandado a la compañía MaxMind. Estos venden a las empresas de marketing información de la ubicación de los ordenadores utilizados por las personas para acceder a sus sitios web con la idea de enviarles publicidad y ofertas de sus productos. El problema es que cuando MaxMind no podía ubicar la dirección IP del ordenador rastreado, le asignaba uno predeterminado: justamente el del ordenador de los Arnolds. Durante cinco años recibieron visitas de agentes de policía y oficiales de juzgado buscando niños fugitivos, personas desaparecidas, intentos de suicidio o robo de camiones. El colmo fue cuando les acusaron de mantener a sus hijas en el colegio vecino para hacerles películas porno. Seiscientos millones de direcciones IP estaban asociadas a su casa. Cinco mil empresas les enviaban correos basura. El infierno digital.

Particularmente, tengo desactivados los servicios de localización para la mayoría de mis app (salvo taxis o Maps). Pero sospecho que no es suficiente. Google confesó hace un par de años que aunque hubiéramos inhabilitado la localización del móvil seguía recogiendo datos, aunque prometió que iba a dejar de hacerlo. Diariamente regalamos nuestros datos. Exactamente, cada dos segundos: no sólo nuestra localización, también si vamos andando, en bicicleta, en tren o incluso si nos mudamos de casa. Maná para ser consumido por empresas de marketing que llegan a pagar hasta 2 céntimos por persona y mes.

Estar localizados es interesante cuando soy el dueño del uso de mi ubicación. Pero cuando son otros los que la manejan con la proclama de que van a facilitarnos la vida cotidiana, no deberíamos estar tranquilos. De modo que si algún día se te ocurre desaparecer, no seas ingenuo: no te lleves el móvil.

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