Tribuna

alfonso lazo

Historiador

Dos leyes fascistas

Retrocedemos a métodos y estilos del nacionalcatolicismo reconvertido ahora en nacional-laicismo. Quienes no vivieron aquellos años no se dan cuenta

Dos leyes fascistas Dos leyes fascistas

Dos leyes fascistas / Rosell

En contra de lo que sostienen desde tiempos de Stalin los residuos de una izquierda ignorante, los fascismos históricos no fueron dictaduras de derechas y economía liberal. Y en contra también de lo que piensa una no menos ignara progresía, fascismo y comunismo no representaron los dos polos extremos del arco político en los años 20 y 30 del pasado siglo. Fascismos y comunismo fueron más parecidos de lo que cree la mentalidad del común. De hecho, fueron hermanos: hermanos siameses unidos por la espalda, odiándose entre sí, pero con un odio común mayor hacia la democracia liberal. No odio hacia la democracia a secas, porque también puede haber (y los ejemplos históricos son abundantes) democracias totalitarias; en realidad, tanto el Führer alemán, como el Duce italiano o como el Conducator rumano se veían a sí mismos cual emanaciones de una democracia directa. De modo que lo esencial de esta gente era el odio a lo "liberal", ya fuese libertad económica, ya fueran libertades individuales, respeto a las minorías, a la vida privada del ciudadano y a la disidencia.

Cierta vez un periodista alemán entrevistó a Mussolini: "Ustedes dicen que son revolucionarios, por qué no nacionalizan entonces la gran industria", y el Duce replicó: "Nosotros le fijamos precios y salarios, la obligamos a producir determinadas mercancías, le marcamos índices de producción, entregas obligatorias y podemos cerrar la fábrica que queramos; entonces, para qué las nacionalizaciones". El intervencionismo estatal ha sido, pues, seña identitaria de cualquier fascismo. En los años 40, el régimen de Franco que se autoproclamaba fascista lo controlaba todo, hasta el postre que estaban obligados a servir los restaurantes, mientras la censura nacional-católica velaba por la moral de los españoles borrando escotes en la prensa y cortando besos en el cine. Existen personas que en su ignorancia dicen hoy ser progresistas sin darse cuenta de cuánto se parecen a un fascista.

Comunismo y fascismo pusieron sabiamente el acento en la propaganda, la educación y la cultura orientada: tres formidables armas para el pensamiento único. Stalin llamaba a los escritores, artistas y profesores sometidos al poder soviético "ingenieros del alma"; mientras que Mussolini comparaba a las masas con la mujer, fácil de moldear por el hombre fuerte. Dos recientes propuestas políticas buscan en España exactamente lo mismo. Un control totalitario en el ámbito del pensamiento, el espíritu y la cultura cuyos instrumentos serían profesores, publicistas y medios de comunicación: los nuevos ingenieros de la mentalidad colectiva.

Pedro Sánchez ha presentado en las Cortes una propuesta de ley para otra vuelta de tuerca a la vigente Media Memoria Histórica, obligando a colegios, institutos y universidades a una interpretación única de la Guerra Civil. El profesor (y el historiador en sus investigaciones) deberá distinguir entre buenos y malos de aquella contienda de acuerdo con los cánones sectarios de una progresía ignorante. Puesto que se prevén dolorosos castigos, la nueva ley supondrá el fin de la libre investigación científica y el final de la libertad de cátedra.

El segundo proyecto lo aprobará pronto el Parlamento andaluz. Inspirado por el feminismo radical y puritano, convierte la ideología de género en doctrina oficial y obligatoria de la Junta de Andalucía, al mismo tiempo que establece un sistema de censura sobre el cine, la publicidad, las artes y la enseñanza. Retrocedemos a métodos y estilos del nacionalcatolicismo reconvertido ahora en nacional-laicismo. Quienes no vivieron aquellos años no se dan cuenta.

Si se dieron cuenta, desde hace mucho, espíritus de alto rango intelectual presintiendo cómo la democracia de masas podía degenerar en un totalitarismo de la mayoría que acabase con las libertades. Así, el temor de Tocqueville a las multitudes. Así, Walt Whitman cuando en Hojas de hierba canta la democracia norteamericana mas avisando al mismo tiempo que no bastan los votos para una democracia duradera, sino que ésta requiere la máxima libertad "de todos", un alto clima espiritual y una "nobleza de espíritu" capaz de dirigirla. Y así, hoy, Rob Riemen: "Sin nobleza de espíritu, un concepto en vías de extinción, la cultura desaparece" y con ella la libertad.

Imposible imaginar siquiera la nobleza de espíritu en unas leyes sectarias. De haber sido ya aprobados los dos proyectos del PSOE sanchista es muy probable que esta Tribuna no se hubiera publicado nunca.

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