Tribuna

Ildefonso Marqués Perales

Profesor de la Universidad de Sevilla

Sobre el movimiento antivacunas

El movimiento antivacunas es una de las últimas reacciones frente a la ilustración. Sus actitudes tienen que ver más con el tradicionalismo que con el mundo de la modernidad

Sobre el movimiento antivacunas Sobre el movimiento antivacunas

Sobre el movimiento antivacunas / rosell

Señalaba el famoso escritor Víctor Hugo que "no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo". A algunas ideas se las ve llegar con tanta fuerza que es inútil oponerse a ellas. Y es que algunas de éstas rompen con la historia en sentido literal. Detienen el cambio drástico y hacen del mundo un lugar más firme. Un ejemplo de ello es la idea de progreso. Pese a que sabemos que la historia se caracteriza por cambios drásticos, las transformaciones experimentadas en algunos campos (v.g. violencia) durante las últimas décadas nos hacen albergar la esperanza que vamos a mejor. El cambio hacia delante no se da sólo en el campo de la tecnología sino también en el avance de nuestras instituciones.

Muchas son ideas que vinieron para quedarse y que no se irán en un futuro inmediato. No somos conscientes de ello porque mientras que el tiempo de las ideas tiene una larga duración, el tiempo de los hombres es muy estrecho. La idea que más allá de los estados y corporaciones los individuos poseen una serie de derechos que son inviolables ha venido para quedarse. La democracia como sistema político del pueblo para el pueblo y por el pueblo vino para quedarse también. El cosmopolitismo y el agnosticismo también son nociones que permanecerán un tiempo con nosotros aunque les cueste un poco más. Al mismo tiempo, hay ideas que no les queda más remedio que marcharse. Nos muestran claras evidencias de un agotamiento. Y esto en realidad lo vemos todos. La misoginia y la homofobia son claros ejemplos de esto.

En definitiva, las ideas que forman parte de la modernidad han venido para quedarse y, con ellas, la confianza en que los asuntos humanos se dirimen con más acierto cuando se confía en la ciencia. Ésta nos dota de un método para enfrentarnos a las contingencias con las que nos topamos cotidianamente. Ahora bien, si bien el mundo propio de la modernidad se caracteriza por su organización y previsibilidad, en el plano de las emociones humanas es bastante más plano. Es difícil encontrar aventuras de peso ya que los riesgos están muy controlados. Malos tiempos para la lírica que dirían Golpes Bajos. Salvo excepciones, claro está, pero no quedan muchas selvas que explorar. En este mundo, por así decir, cuesta encontrar el sentido a las cosas. También es cierto que, si reflexionamos un poco, esto no es tarea fácil. El materialismo filosófico tiene serios problemas para orientarnos una vida auténtica.

El sociólogo alemán Max Weber señaló que con el desarrollo de la modernidad, la racionalización, definida como la adecuación de medios a fines, conducía inevitablemente a un desencantamiento del mundo. Nuestro mundo está, en efecto, desprovisto de magia y sentido. Desde la revolución científica, el mundo esotérico ha ido empequeñeciéndose a golpe de descubrimiento, planificación y eficiencia.

El individuo propio de la modernidad ha abandonado toda mística abrazando un sano realismo. Y es que, en efecto, hay que reconocer que la ilustración ha ganado la batalla pese a que aún salgan a su encuentro las olas de un mundo romántico cada vez más débil. El posmodernismo fue quizá el último intento de forjar un creencia fuertemente antiilustrada.

El movimiento antivacunas no deja de ser una de las últimas reacciones frente al avance de la modernidad. Sus actitudes tienen que ver más con el tradicionalismo que con el mundo de la modernidad. Su New Age es más Old Age que nos haría volver a la edad de piedra si les hiciéramos caso. En realidad, nos hallamos frente un movimiento primitivista y neoludita. Se han propuesto encantar un mundo en el que ya no hay ánimas. Un mundo descreído, escéptico y desconfiado que no acepta más que cosas testadas y probadas. De ahí, que sus prácticas no sean sólo perniciosas bajo el dictamen de la ciencia sino que también son patéticas. No obstante, no serán una amenaza porque la idea que defiende es rancia, antigua y minoritaria. Son los reflejos terminales de un mundo que se apaga. En realidad, son tan tradicionalistas como los taurinos y los aficionados a las peleas de gallos a los que tanto odian. La ciencia como guía y creencia constituye uno de los principales hitos conseguidos por la humanidad. No nos preocupemos por los antivacunas. Sus gritos no son más que los últimos estertores de una bestia herida de muerte.

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