La tribuna
España crece, pero no progresa
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El sufrimiento de las familias de tantos miembros de la Guardia Civil o la policía asesinados de un cobarde tiro en la nuca; la sangre derramada por el joven chófer de un general; el horror de los huérfanos de un periodista o profesor molesto; el disparo a bocajarro a un médico en su consulta o la madre que intuye las horas de sufrimiento de un hijo concejal mientras espera la muerte en un agujero. Sí, fue en vano. Los malos ganan y a algunos solo nos queda una hoja de papel donde expresar nuestro cabreo, escepticismo y, por qué no, frustración. Ni tan siquiera la historia hará justicia a las víctimas, porque ya la están escribiendo los otros y sus amigos o aliados. Los 379 crímenes de ETA sin resolver no pueden ser obstáculo para pasar página. La vida sigue y los muertos callan. Y los 180.000 vascos que salieron de su tierra –tan suya como de los nacionalistas; tan nuestra como de los vascos– nunca volverán. Así es más fácil ganar elecciones. Que nadie perturbe la paz.
Terceros grados exprés, archivos de causas de crímenes execrables, leyes de seguridad ciudadana apadrinadas por partidos con militantes que han sido condenados por delitos de terrorismo y homenajes; muchos homenajes a asesinos que no se arrepienten de nada. ¡Válgame, Dios, que fue por la libertad de Euskal Herria! Sí, mucho Dios. Que no falte. Del de esos curas que apoyaron la matanza de ETA y sacaban los ataúdes por la puerta de atrás. Don Serapio, el sacerdote de la novela Patria, pertenece a esa estirpe de personajes de ficción que reflejan con exactitud el deterioro moral de una sociedad. Si el papa Francisco lo ve conveniente, no vendría mal pedir perdón. Vamos, que si hay que esperar algunas décadas –como con los pederastas– o siglos –como con Galileo–, tampoco hay problema. El olvido terminará por convertir ese arrepentimiento en una noticia de relleno veraniego. Y listos.
Decía Oscar Wilde que si nunca se habla de una cosa es como si no hubiese sucedido. En la España de 2024, ETA no solo no ha existido, sino que mencionarlo te arroja al averno de los fachas, de los que no se adaptan a los nuevos tiempos. Si preguntamos a jóvenes españoles sobre ETA, nos encontraremos con una desagradable sorpresa. Se ha borrado la memoria colectiva sobre el terror padecido. Las víctimas son recordadas por sus familiares o se les se los homenajea en actos semiclandestinos. Ni tan siquiera se invoca la figura de Miguel Ángel Blanco. Menos aún al matrimonio Jiménez Becerril, al periodista López de Lacalle o al superviviente Ortega Lara. De policías, guardia civiles o militares y otros trabajadores mejor no hablamos. De los 21 niños asesinados tampoco. Nadie, excepto sus familias, siente su falta. Es obvio que España transita la senda que conduce al Estado fallido, pero también resulta evidente que hay partes de la sociedad española que están podridas. El miedo, el no meterse en problemas, ha dado paso a la autojustificación y al olvido o incluso a algo peor.
Otegi señala el camino: “Tenemos 200 presos y si para sacarlos hay que votar los Presupuestos, se hace”. No hay más preguntas. Con el sanchismo, de todas formas, tampoco nos la iban a responder, así que nos ahorramos saliva. Sin embargo, una cosa es hacer negocio y otra humillar con saña. Y es que, casi a la vez, sale adelante la reducción del tiempo de los asesinos en la cárcel y la desprotección de las fuerzas de orden público. No es solo que los hayan expulsado de lugares donde se derramó la sangre y, en ciertos casos, las vísceras de algunos compañeros, sino que ahora estarán también desprotegidos ante protestas violentas. Sin pelotas de goma estarán más expuestos y su autoridad quedará resquebrajada al permitirse de facto el insulto. Pero no hay de qué preocuparse. Siempre podrán contar con globos en forma de unicornios arcoíris para lanzar a los manifestantes violentos. Que no decaiga el ánimo, a pesar de la falta de medios, de las interferencias políticas, de no ser profesión de riesgo y de recibir un salario inferior al de los policías autonómicos.
Las víctimas de ETA siempre confiaron exclusivamente en el Estado de derecho para obtener justicia. Ser un referente moral de nuestra sociedad se les ha retribuido con estancias más breves en la cárcel para los terroristas condenados y una cierta impunidad con sus dosis de olvido. Hoy, hasta padecen la negligencia de una oposición que no lee lo que vota. Su reacción ha sido clara: “¿De verdad nadie se ha dado cuenta? ¿No hay nadie al volante en este país?”. No, parece que no. Ya no nos queda ni el volante. Lo tiene Chapote, que vuelve a casa por Navidad.
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