OPINIÓN. AUTOPISTA 61 POR EDUARDO JORDÁ

El padre de Mari Luz

A Juan José Cortés, el padre de la pequeña Mari Luz, le pasó una de las cosas más espantosas que nos pueden pasar en la vida, y aun así, durante los 54 días de infierno que vivió hasta encontrar el cadáver de su hija, y después, desde que supo que le había tocado vivir una larga condena de sufrimiento y de amargura, este hombre ha demostrado ser una persona excepcional. Si nuestra época no fuera tan infantil ni tan estúpida (el casi seguro culpable del asesinato de Mari Luz había aparecido hace años en un programa de Canal Sur para denunciar a un profesor inocente), Juan José Cortés sería considerado un ejemplo, un caso admirable de grandeza y de magnanimidad, o más aún, uno de aquellos justos de los que hablaba la Biblia, ese libro desmesurado escrito con sangre y fuego y lágrimas y rabia.

Desde que vi a Juan José Cortés en la televisión, supe que era una persona de una nobleza y de una inteligencia difíciles de encontrar hoy en día. Me ponía en su lugar y pensaba que yo estaría destrozado, lleno de rabia y desconcierto, o deshecho y acobardado y loco, o hundido y furioso, o todo a la vez. Y en cambio, él mantenía la calma y explicaba las cosas con una claridad y una mesura que hoy en día casi se han vuelto incompatibles con la televisión (y casi me temo que con la vida). En lugar de contagiar a la gente la histeria que vivía su familia y su barrio, él calmaba los ánimos de sus vecinos y amigos y exigía que todo el mundo dejara trabajar a la Policía. En ningún momento gritó ni pidió venganzas ni se entrometió en la investigación, aunque sabía –porque su corazón se lo decía– que el asesino vivía muy cerca de su propia casa.

Juan José Cortés era hasta ahora un hombre normal, si es que cualquiera de nosotros tiene derecho a considerarse normal, sabiendo como sabemos que llevamos dentro lo mejor y lo peor de la especie humana, lo más mezquino y lo más noble, la más grande y lo más miserable. La única diferencia entre él y nosotros es que la desgracia, en su caso, le ha sacado lo mejor que hay en los seres humanos. Este hombre humilde, que vivía –y vive– en un barrio modesto de Huelva, tenía que trabajar duro para llegar a fin de mes. Una persona así no suele llamar la atención de nadie en estos tiempos, pero Juan José Cortés es una de esas extrañas personas –hay muy pocas– que consiguen arrojar, por su dignidad y su cordura, un poco de luz en medio de la oscuridad más atroz. Ojalá hubiera muchos como él.

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