Calle Larios

Málaga: la revolución de la amabilidad

  • Sí, la atención y la buena educación son armas políticas, transforman ciudades, estimulan la participación, fomentan el espíritu crítico y agitan lo que parece anquilosado: por eso son necesarias

  • Málaga: amnesia y oportunidad

Que sí, gente amable la hay  hasta en patinete.

Que sí, gente amable la hay hasta en patinete. / Javier Albiñana

Escribió Ralph Waldo Emerson que, a la hora de sentarse a comer, prefería hacerlo con un enemigo de la democracia antes que con alguien que tuviera malos modales. Lejos de caer en la impostura, el filósofo estadounidense acertó a valorar la buena educación en su medida más justa. La amabilidad no constituye sólo la mejor carta de presentación posible a título individual: a nivel político, representa el arma más eficaz para la transformación social, el desarrollo de las comunidades y la superación de los privilegios reaccionarios. De entrada, la atención puesta en el otro implica una predisposición natural a la escucha, a su vez premisa fundamental para la deliberación común que exige cualquier movimiento cívico que se precie. La cortesía, igualmente, y como gesto de complicidad, suele mostrarse asociada a la ironía, acaso el signo más elocuente de la inteligencia y el cebo preferible a la hora de desenmascarar a los aprovechados. La escritora Ursula K. Le Guin subrayó la inutilidad de regar una piedra: por mucha agua que viertas encima, nunca va a crecer. Del mismo modo, lo único que cabe esperar del tiempo empleado en una persona maleducada es que se pierda de una vez y para siempre, mientras que tal vez un enemigo de la democracia nos arroje un interrogante digno de ser tenido en consideración (y si se trata de almorzar, ya me dirán ustedes). Si, según el proverbio, el amor empieza por la atención, lo mismo corresponde afirmar de la democracia. El problema es que la minoría de edad fomentada por el narcocapitalismo de tacitas con mensaje ha prescrito que la amabilidad es una cosa muy chula que te ayuda a empezar mejor el día, igual que las barritas energéticas; es decir, como con todo lo demás, la ha reducido a un meme. Pero si en algún valor podemos establecer una analogía fiable entre el individuo y la sociedad es justamente en la buena educación: en ambos casos, la consideración al otro se traduce en una garantía de convivencia y, por tanto, de prosperidad. Cuando Montaigne escribió “aunque pudiera hacerme temible, preferiría hacerme amable”, también se estaba refiriendo a esto. No se trata de respetar el turno en la cola por una mera convención social, sino porque la alternativa favorece a los tiranos.

Si, según el proverbio, el amor empieza por la atención, lo mismo corresponde afirmar de la democracia

Viene todo esto a cuento de una encuesta publicada hace unos días que sitúa a Málaga entre las diez ciudades con peor educación de España. El estudio fue realizado por una plataforma de enseñanza de idiomas llamada Preply y aunque sus resultados no pueden considerarse concluyentes (se recabó la opinión de 1.500 personas de diecinueve “áreas” del país) sí que pueden servir para, quizá, suscitar un debate revelador. Entre estas diez ciudades maleducadas, un ranking en el que Málaga ocupa la octava posición, se encuentran también Santa Cruz de Tenerife, Granada, Alicante, San Sebastián y Bilbao. Se pidió a los encuestados que detallaran comportamientos representativos de la mala educación, y entre los más referidos destacan mantener conversaciones al teléfono en público, ver vídeos en el móvil en público, no atender correctamente a los forasteros, no dejar propinas, mostrar descortesía con las personas que atienden al público, no respetar el espacio personal y una gama diversa de conductas inapropiadas al volante. La encuesta introducía un matiz interesante al preguntar a los consultados si consideraban que la mala educación se daba en cada ciudad con más incidencia entre los residentes o entre los visitantes, y aquí Málaga no sólo se inclinaba a la segunda opción, sino que volvía a figurar entre las ciudades españolas con una peor educación entre sus no residentes. Es decir, a tenor de la encuesta (cuya representatividad, insisto, no es amplia ni mucho menos), la percepción que se tiene dentro y fuera de Málaga de las personas que están en Málaga de visita es de una mayoritaria mala educación.

La transformación de Málaga en una ciudad amable no empieza por el urbanismo, sino por la propia ciudadanía

Es muy probable que la tradicional proyección acrítica y sin filtros de Málaga (y su provincia, ojo) como territorio turístico, asociado al ocio menos constructivo y al buen tiempo, haya generado una versión indeseable de eso que llaman efecto llamada. La tibia y tardía reacción municipal y hostelera a fenómenos como las despedidas de soltero tampoco ha debido ayudar mucho en este sentido. Un servidor no tiene mucho trato con turistas y visitantes, pero cuando sí lo he tenido han predominado, salvo episodios puntuales y lamentables, la cortesía, el entendimiento y la sonrisa, lo que, supongo, pasa más o menos igual en todas partes. Es muy cierto que el ambiente del Centro, especialmente en verano, se ha degradado en los últimos años mediante la generalización de comportamientos poco cívicos mostrados habitualmente en las terrazas que poco a poco se han ido adueñando del espacio público, entre descamisados impunes, pies sucios depositados tal cual en sillas y mesas, griteríos gratuitos, exhibicionismos poco edificantes y otras muestras graves de desconsideración hacia el entorno (cuando los entusiastas del modelo insisten en que hay que extenderlo a los barrios, supongo que se refieren también a esto); pero si Málaga no sabe o no quiere hacerse respetar, en el fondo ése es su problema. Como sucede con las cuestiones importantes, todo este asunto es tan complicado que resulta muy sencillo: difícilmente tendremos autoridad los residentes a la hora de reclamar cortesía a los visitantes, cuando sea necesario, si no hacemos gala nosotros primero. Porque aquella amabilidad que prefería Montaigne tiene entre sus características esenciales la intolerancia: no transige con quien demuestra carecer de ella. La transformación de Málaga en esa ciudad amable, favorable al bienestar y al encuentro, empieza no por el urbanismo, ni por la arquitectura, ni por la cultura, ni por las zonas verdes, sino por su ciudadanía. Esa misma ciudadanía que, ay, parece empeñarse tan a menudo en despreciar los espacios públicos y en tirar por tierra cada pequeña oportunidad de cambiar las cosas, en mantener un statu quo vergonzoso de suciedad y maltrato que tanto beneficia a los especuladores y sus palmeros. También dio cuenta Ralph Waldo Emerson de la desolación que le embargaba cada vez que veía a los maleducados servir en bandeja a las hienas su patria recién fundada. Pero habrá que insistir en hacer lo que hay que hacer.

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