Ahora que es tiempo de festivales de cine me pregunto cómo anda el grado de curiosidad de los espectadores hacia las nuevas miradas, hacia lo no convencional, esa tipo de oferta que justifica la existencia de los eventos cinéfilos. La Seminci de Valladolid, en la que me he instalado, ya está en marcha. Con una marca, Cine de Autor, que despeja cualquier duda sobre lo que sus pantallas ofrecen. ¿Existe suficiente curiosidad en pleno 2017 como para llenar las 8 salas que proyectan simultáneamente? Esperemos que sí.

Sin solución de continuidad, llegarán el Festival de Cine Europeo de Sevilla, el de Cine Iberoamericano de Huelva y el de Gijón. Con centenares de películas diferentes que, frecuentadas por un público mayoritariamente joven y universitario, animarán las proyecciones. ¿Pero dónde queda dicho público en cuanto acaban estos eventos?

Llevo clavado en el corazón el caso de Morir, la segunda película del sevillano Fernando Franco. Estrenada el 6 de octubre en 26 cines, distribuida con la seriedad y el rigor que caracterizan a Golem, fue vista por menos de 2.000 espectadores. La suma de la recaudación entre aquel viernes y el domingo apenas alcanzó los 12.000 euros en todo el territorio nacional. Ni que decir tiene que con eso no hay ni para pagar los carteles. La consecuencia fue que en la segunda semana se cayeron la mitad de las pantallas. Pero es que el promedio por copia bajó a unos decepcionantes 166 euros.

¿Dónde queda la curiosidad del público? ¿Dónde su pulsión por ver en pantalla grande, que es donde hay que verla, una propuesta tan valiente y honesta como la de Franco? En los pases previos durante la cita de San Sebastián la película fue vista por tantos espectadores como después en la suma de 26 ciudades como Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia y Málaga. ¿No merece todo ésto una reflexión?

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