TV-Comunicación

Treinta... y tantos

  • La parrilla 'preconstitucional' de TVE la forman un ramillete de programas que están en la idílica memoria colectiva

Son las cinco menos cuarto de la tarde. La Primera Cadena concluye sus emisiones y no volverá hasta dos horas después, con la carta de ajuste. Un avispero de puntos negros deja huérfanos a los espectadores y cuando anochezca, a las siete, se lanzarán al cielo Un globo, dos globos, tres globos, con las marionetas del oso Colargol, un lacio peluche del Este de Europa, avanzadilla de unos escuálidos contenidos infantiles, entre los que podríamos incluir las batutas El mundo de la música, irritante para millones de niños alérgicos a los pentagramas. Al cabo de 30 años los recuerdos catódicos evocan una programación idílica, pero la parrilla de TVE es reducida (apenas once horas entre los dos canales), raquítica de ambiciones y ajustada, ya que la crisis de 1973 seguía en su esplendor. Las emisiones nocturnas concluyen antes de la medianoche para obligar al ahorro de energía. "Aunque usted pueda pagarla, España no puede", decían los spots institucionales de las apreturas.

Cuando se somete a referéndum la Constitución el ente televisivo es una asignatura pendiente porque en su organigrama el esqueleto franquista prácticamente está intacto. Se va desmontando con paciencia, desde que los telediarios llevan el rostro de Lalo Azcona o Eduardo Sotillos, y aún quedarán unos años para que llegue el estatuto que insufle los aires constitucionales a la hegemónica vía de entretenimiento (e información, claro) para muchos contribuyentes.

Algo comienza a moverse en la programación con La clave, los viernes, en su segunda etapa en el UHF tras haber sorteado la censura. Balbín y su pipa reciben a nombres que oxigenan los periódicos. Su competencia es el folclórico Cantares, con Lauren Postigo, reivindicación premoderna de la copla y relevo del Un, dos, tres y Kiko Ledgard. Mientras los uniformes de la policía siguen siendo grises, triunfan los primeros agentes macarras, alérgicos a las corbatas, Starsky y Hutch, los miércoles; y los lunes, el italoamericano Baretta, con su loro. La resistencia a la dictadura la cuentan los insurgentes del Liang-Shan-Po, los protagonistas de la serie nipona La frontera azul, los sábados por la tarde, después del Torrebruno matinal (El recreo) los payasos (Milikito al cencerro) y el buen salvaje Orzowei.

Los domingos son para la última kermesse, la de Íñigo en el directo de Fantástico. El Conseguidor, profeta de Sorpresa, sorpresa, intentaba hacer realidad pedestres sueños infantiles mientras se ponía, por fin, el micro a las barbillas de la gente de la calle. A última hora dominical, después del capítulo de Yo, Claudio, con las primeras escenas escabrosas que irán semi-escandalizando al personal, aparecía la primera ecuatoriana inmigrante, Guadalupe Enríquez, la dulce conductora de 300 millones, un empeño tardofranquista para ofrecer un programa desde la Madre Patria para toda América. Por el estilo de aquel programa debía ser la Madrastra Patria.

Matías Prats junior, alternando con dibujos animados de Super Ratón, se encargó de presentar el especial de conexiones del miércoles 6 por la mañana. El único que sigue desde entonces. Superviviente.

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