Ya desde el principio la gala se hizo larga. Las actuaciones de música portuguesa, el tradicional desfile de banderas que un año más hizo gala de lo hortera que puede llegar a ser Europa y la entrada de las cuatro presentadoras con la protocolaria explicación del televoto hicieron presagiar que la de anoche iba a ser una gala con poco ritmo y con instantes soporíferos. Y así fue. Tras una primera actuación muy pobre protagonizada por el representante ucraniano con aires de Drácula y con la gomina como principal aliada, y cuando ya había dado tiempo de aburrirse, Amaia y Alfred hicieron aparición en el escenario del Altice Arena. Las redes sociales y los españoles presentes en el recinto lisboeta (que por momentos parecía que habían conquistado el país vecino) dieron muestra del nerviosismo propio de los que habían recobrado la ilusión por Eurovisión gracias a Almaia. Desde la postal de presentación que grabaron hace unas semanas en Las Azores y que se emitió justo antes de su actuación, la pareja transmitió el amor que se profesan. Un sentimiento que estuvo presente durante Tu canción.
Ellos estuvieron impecables. Al final no hubo beso (ni gallo), ni falta que hizo. Sus miradas y sonrisas lo decían todo. Pero el amor no fue suficiente para ganar. Era necesario algo más. Como mínimo, una puesta en escena mejor para quedar más allá del puesto 23º. En Eurovisión hay que sorprender, como hizo Salvador Sobral el año pasado. En esta ocasión la balada llegaba tarde y la ilusión duró poco. Tampoco ayudó actuar en segunda posición. Maldito número dos. Faltaban aún canciones que minutos más tarde animarían el cotarro. Cotarro que durante la primera parte de la gala estuvo un poco apagado. Lo más destacado fue la irrupción de un espontáneo en plena actuación de la representante de Reino Unido, que si no fuera por el incómodo momento nadie la recordaría. Le dieron la opción de repetir la actuación y la rechazó. Total, ¿para qué?. Durante las primeras actuaciones resaltó Lituania, una de las principales rivales de España en cuanto a lo empalagoso se refiere. La ración de edulcorante regresó más tarde con el alemán y su intento de parecerse a Ed Sheeran. El austriaco estuvo entre los mejores de las diez primeras actuaciones. También destacó la representante de Estonia cuyo vestido de sesenta y cinco mil euros y ocho kilos eclipsaba por momentos a su canto lírico. Y el único que supo aprovechar las nuevas tecnologías fue el noruego, que ya ganó Eurovisión en 2009. De nuevo las carencias en cuanto a números sorprendentes fueron importantes. Ejemplo de ello fueron Eslovenia, Lituania, Serbia (aún resulta incomprensible que se clasificara para la final) e incluso la anfitriona portuguesa.
Hubo que esperar a la segunda parte de la gala para que el ritmo remontase y las puestas en escenas mejorasen. Por fin llegaron los vikingos de Dinamarca, la simpatía de la australiana, los giros de la finlandesa, el Sergio Dalma de Albania, los Blade Runners búlgaros, la diversión de los de Moldavia, el metal de los húngaros, la autenticidad del representante de los Países Bajos y la sorprendente puesta en escena de Irlanda con la aparición de diferentes parejas sobre el escenario. Hubo tiempo para las reivindicaciones con Francia e Italia. También llegaron los intentos de Justin Bieber y Bruno Mars que no faltan en los últimos años. En esta ocasión los calcos de los ídolos internacionales fueron el checo y accidentado Mikolas Josef y el sueco Benjamin Ingrosso.
Y por fin, casi al final, Israel y Chipre, que protagonizaron el duelo final con Austria como sorpresa, hicieron aparición. Primero lo hizo Netta Barzilai, que con su extravagancia, sus moños y su canción Toy protagonizó una de las actuaciones más aplaudidas gracias a sus gallos y fue la triunfadora final. Y menos mal que estaba Eleni Foureira, que con sus aires de Beyoncé, con su canción Fuego y su brilli brilli hizo arder el escenario. Por fin apareció el espíritu de Eurovisión. En el baile, la música y la actitud. Llegó tarde pero logró salvar la gala.
En los comentarios Tony Aguilar y Julia Varela hicieron un trabajo muy digno. Y más teniendo en cuenta que estuvo muy presente el recuerdo de José María Íñigo. Imposible hacerle sombra. Parecía que en cualquier momento íbamos a escuchar su voz. Los comentaristas consiguieron que los espectadores no se durmieran durante las insoportables pausas que no hicieron más que ralentizar un Festival que no termina de adaptarse a los nuevos tiempos.
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