Recibir la llamada de operadores de telefonía es un incordio. Máxime si lo hacen a la hora de la siesta. Que lo hacen. Pero hay veces que el cuerpo se ve con ganas, desafiante, y eres capaz de enfrentarte a lo que viene. Que nunca es suave. En una de estas tardes de calma chicha, de un festivo en el que no te llama ni el apuntador, fui yo el que cubrí el vacío llamando a mi propia compañía para comentar algunas cuestiones relacionadas con mi contrato.

Uno de los clímax de la tarde llegó cuando la operadora pronunció esa frase rotunda y editorializante: "Pero don Antonio, con esta tarifa usted perdería la posibilidad de ver los cien canales, y se quedaría con la mitad…" Canales a peso. Canales porque sí. Canales sin la más remota probabilidad, en la práctica, de ser vistos, teniendo en cuenta que el tiempo es limitado y la oferta extrema. Y lo peor de todo, canales completamente prescindibles incapaces de acoger ni un solo espacio de interés para el común de los televidentes.

Podría completar lo que queda de columna enumerando una veintena de títulos de programas en cuyo enunciado ya viene incluido el desastre, la irrelevancia, el disparate, el sinsentido que supone acercarse a ellos. Pero me parece más interesante confesar lo que pensé cuando la operadora, siguiendo las instrucciones que le dictan, y con una gran vehemencia, me insistió en la tragedia que supondría para mí perder la oportunidad de acceder desde mi mando a distancia a nada menos que cien canales, sacrificando voluntariamente la mitad de ellos por ahorrarme unos eurillos. Imaginé la cantidad de clientes que aprueban este razonamiento y apechugan con el dichoso paquete aunque después no vayan a ver más que la docena de canales que ven habitualmente.

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