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Cozvíjar, la tranquila

  • Debe su nombre al antiguo señorío del Conde, que tenía potestad para poner y quitar a la figura del gobernador sin ser propietario territorial de la villa. La historia ha sido generosa con el municipio

Cozvíjar, la tranquila

Cozvíjar es un bonito pueblo del Valle de Lecrín que junto a Cónchar forma el ayuntamiento de Villamena. El municipio debe su nombre al antiguo señorío del Conde, que tenía potestad para poner y quitar gobernador sin ser propietario territorial de la villa. En compañía de Mariano Puertas descubrí un lugar donde la sencillez y la paz atraen al forastero y lo invitan a quedarse. Pueblo de calles entramadas y laberínticas, la presencia de tinados y fachadas encaladas llenas de macetas desparraman su aroma en mil fragancias. La historia ha sido generosa, dejando numerosas huellas de su antiguo esplendor, antiguas fábricas de aceite, veteranas hidroeléctricas y viejos molinos harineros que aprovechaban las aguas del desagüe de la laguna del Padul para mover sus rodeznos y moler la semillas de la tierra.

El pasado prehistórico de la villa pasa por la Cueva de los Ojos donde se han hallado restos fosilizados del periodo neolítico. Son lugares interesantes para visitar la Casa Grande del Conde de Villamena, que visité con la actual dueña Francisca Gutiérrez, y que data del siglo XVII; la iglesia parroquial de San Juan Bautista adosada a la casa de los Condes y la Ermita de la Virgen de la Cabeza, situada en unas eras en la entrada del pueblo. Rodeado de un hermoso paisaje natural, Cozvíjar posee varios senderos atractivos como el Camino de los Molinos, junto al cauce del río, con la majestuosa presencia de éstos; el sendero de Las Cuevas; el Arroyo de la Laguna o las vistas del casco urbano desde La Loma al sur de la población. Todo ello convierten al pueblo en un lugar con un encanto especial que celebra sus fiestas en la primera semana de agosto en honor a la Virgen de la Cabeza.

Leyenda La Ermita y Virgen de la Cabeza

El día largo y penoso propició que el arado se hubiera atascado con varias piedras que a punto estuvieron de romperlo con la consiguiente pérdida de tiempo y esfuerzo. Roberto no era hombre que trabajara a la ligera y siempre que podía meditaba bien su trabajo para que resultara más provechoso cuestión que a la larga, le beneficiaba. Pero la tarde estaba siendo especialmente complicada y arar un campo puede convertirse en una enorme sorpresa, pues no sabes qué te vas a encontrar bajo tierra.

Era la doceava vez que la yunta de mulos doblaba la cerviz causada por del tirón del arado al encontrar resistencia y era la doceava vez que Roberto maldecía el terreno que estaba arando.

Así que recordó lo que le decía su padre cuando faenaban el campo "Tierras que se aras gruñendo, se siegan riendo".

-¡Maldita sea mi estampa, ésta va a ser la mejor cosecha en años! Comentaba para sus adentros Roberto, mientras miraba lo que detenía a los mulos. Y cuál fue su sorpresa cuando vio una pequeña cabeza de madera que había salido de entre los terrones del arado. Roberto miró con incredulidad la pequeña cabeza y cogiéndola entre sus manos vio que tenía unos rasgos finos y hermosos. Pero era imposible que una cosa tan pequeña frenara la fuerza de dos mulos, "quizás se pararon por capricho estos tercos animales" -pensó Roberto.

Ya era muy tarde para seguir con las faenas y la noche avanzaba rápido, así que desenganchó a los mulos y guardó la cabeza en el zurrón, diciéndose "mañana será otro día".

Cuando llegó a casa y mostró a su mujer tan preciosa talla dijo: "Parece la cabeza de una virgen por sus rasgos de belleza y dulzura".

A la mañana siguiente, cuando Roberto fue a seguir con las tareas del campo, Antonia, que así se llamaba su mujer, fue a visitar al cura del pueblo llevándole la pieza envuelta en un blanco pañuelo de hilo, quedando éste maravillado de tanta hermosura. Refirió por su experiencia en doctrinas y cultos, que no era de extrañar el hallazgo de las tallas en el campo, pues había leído que antes de llegar los árabes a la Península, los mozárabes que eran cristianos que habitaban las tierras, escondían en grutas y hoyos escarbados en la tierra las imágenes que veneraban, con el fin de que los sarracenos no dieran con ellas y así, salvarlas de su destrucción.

La noticia de la cabeza de la virgen corrió como la pólvora en Cozvíjar y el alcalde propuso que se le hiciera un cuerpo y vistiera como correspondía, llamando a la figura Virgen de la Cabeza.

Al poco tiempo, se congregaron todos los feligreses en las puertas de la Iglesia dedicada a San Juan Bautista, patrón de Cozvíjar, a la misa del domingo cuando vislumbraron con estupor a su Virgen de la Cabeza, que le faltaba precisamente eso, la cabeza.

El revuelo fue tan tremendo que algunas beatas se desmayaron, las mujeres se santiguaron y empezaron a rezar. Los hombres se miraban unos a otros sin comprender ¡como habían robado la cabeza de la virgen dentro del templo! El alcalde mandó llamar a los justicias para que investigaran el asunto y todo el pueblo se conmocionó ante semejante sacrilegio. ¿Qué malvada alma era capaz de arrancarle la cabeza a la virgen?

Buscaron casa por casa en el pueblo y los alrededores de los molinos, incluso en la Cueva de los Ojos, considerado un buen escondrijo, y aún así, sus investigaciones no dieron resultado pues la cabeza de la virgen seguía sin aparecer.

Roberto, después del incidente, siguió con su trabajo en el campo y dispuso arar otra zona cercana al lugar donde había descubierto la cabeza de la virgen. Al principio todo iba bien, cuando de pronto los mulos pararon de golpe. Roberto, extrañado, se aproximó al lugar y, no era posible, ¡ahí estaba de nuevo la cabeza de la virgen! Su alegría fue mayúscula, corrió veloz hacia la iglesia con la talla entre sus manos.

-Seguro que alguien que no era del pueblo cogió la cabeza y la tiró por aquellos lares para no ser descubierto - le dijo el cura. -¡Gracias Roberto por traerla a su templo!

Todo el pueblo lo celebró y de nuevo volvió a ser encerrada a cal y canto para evitar otra sustracción indeseable. Pero el regocijo del pueblo no iba a durar mucho tiempo pues de la noche a la mañana, volvió a desaparecer la cabeza de la virgen de su lugar.

-¡Esto era el colmo de los colmos, todo estaba cerrado y bien cerrado cuando me fui a dormir y la única llave que hay es la mía! -comentó el cura con desesperación.

-¡Pues no hay cerraduras rotas ni ventanas forzadas! -respondió el alcalde de la villa.

Algo raro estaba pasando con la cabeza de la virgen que nadie podía explicar y, sin embargo, tenía a todo el pueblo en vilo. Cuando Roberto volvió a recoger la yunta de mulos del campo donde la había dejado, volvió a encontrar la pequeña cabeza de madera en el suelo llena de tierra, entre las patas de las bestias.

Aquello era una señal divina y así lo entendió todo el pueblo. ¡Ella quería quedarse en aquel lugar, cerca de las eras! Las gentes del lugar suplicaron a Gregario López Madera, señor de Villamena, que construyera en aquel lugar una ermita y guardar la imagen de la virgen. Así se hizo y desde entonces se venera con ferviente devoción a la Virgen de la Cabeza.

Actualmente, en esta ermita hay una imagen de la Virgen de Lourdes, encontrándose la imagen de la Virgen de la Cabeza en la Iglesia Parroquial de Cozvíjar. El lunes de la primera semana de agosto, la Virgen de la Cabeza es procesionada desde la iglesia hasta su ermita en las fiestas de la localidad.

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