Tierra de aventuras

La Herradura, Shangri-La

  • Sus aguas cristalinas son ideales para los deportes náuticos

  • La localidad ha sido protagonista de algunos episodios históricos como fue el naufragio de la Armada Española

La Herradura es un pequeño pueblo que posee un encanto especial, no en vano su bahía es una de las más bonitas de la provincia y sus aguas cristalinas son ideales para los deportes náuticos. La localidad ha sido protagonista de algunos episodios históricos de gran magnitud como fue el naufragio de la Armada Española, donde el pueblo lo recuerda en una significativa escultura en el paseo de la playa. Fuente de inspiración de poetas y escritores, de pintores y escultores, refugio de artistas ha sido, es y será Shangri-La.

Pasear por sus calles que recientemente han sido remodeladas por el ayuntamiento con el acierto de recuperar el típico empedrado granadino y saborear la esencia de un pueblo mediterráneo constituye todo un placer para sus vecinos y visitantes. La iglesia de San José posee una colección del ya desaparecido pintor local José María Parra Gámez, para los amigos Pepe Gámez, que creó la escultura del Cristo Yacente del Sepulcro que procesiona en Semana Santa. Como curiosidad, en la placeta de la parroquia hay un mosaico de azulejos donde se pueden leer unos párrafos del Quijote, en los que Cervantes habla del naufragio de la Armada de Felipe II en aquella bahía.

Siguiendo los consejos de Lucrecia Ruiz, de la Oficina de Turismo, visitamos el Castillo de La Herradura, construido en 1764 por Carlos III que decretó la construcción de un castillo-fortín defensivo que se comunicaba con las torres vigía de Cerro Gordo y de la Punta de la Mona. Fue utilizado por el ejército hasta el año 1839, año en que fue extinguida la piratería. Su visita es muy recomendable pues en el interior mantiene elementos de aquella época, con algún que otro dibujo misterioso de barcos pintados en las paredes. En ocasiones es utilizado como centro para exposiciones.

El mirador de Cerro Gordo y la antigua torre vigía del siglo XVI son lugares privilegiados de la costa para los amantes de la fotografía. Existe un sendero que comienza en el restaurante que hay en Cerro Gordo y desde ahí su paseo entre la espesura de pinos, las fantásticas vistas a la costa de Maro en la provincia de Málaga a estribor y a babor la impresionante bahía de La Herradura, se convierte en zona de visita obligada. Y hablando de náutica, los aficionados a los barcos deben visitar el puerto de Marina del Este, un lugar estupendo para disfrutar de los deportes marinos, la gastronomía de la zona y sus admirables paisajes. Todo un lujo.

LA CUEVA DE LAS PALOMASCuenta la leyenda que la conquista de Trípoli en 1551 a manos de los turcos, la pérdida del Peñón de Vélez de la Gomera y Bujía en 1554 y 1555 respectivamente, la desastrosa derrota de las fuerzas del conde de Alcaudete en Mostaganem tres años después o el naufragio de la flota de galeras españolas frente a las costas de La Herradura en 1562, no hicieron otra cosa que incrementar aún más el clima de terror existente entre los pobladores del litoral. Una situación correspondida a su vez con una mayor intensificación del corso en las costas de Levante y Sur peninsular durante toda la década. No debe extrañar, por tanto, que el peligro turco-berberisco calase hondamente en esta época en el inconsciente colectivo del poblador, y si era cristiano viejo, veía en su vecino morisco una sospechosa quinta columna colaboracionista con los piratas.

El calor sofocante de los últimos días de aquel julio del 1564 hizo que apareciera por el horizonte una espesa neblina que avanzaba hacía la playa de La Herradura como un signo de mal agüero. Sólo se detuvo cuando alcanzó la orilla de la playa. Los viejos pescadores sabían de su fugaz duración y, aún así, se sentían incómodos ante su presencia. Y no era para menos pues escondidos entre sus penachos blancos, un jabeque berberisco hacía su presencia sin ser avistado con tiempo suficiente para poner a salvo a los pocos habitantes de la aldea.

La voz de alarma corrió como la pólvora. Cada uno intentó escapar de la encerrona como pudo, pero en cuestión de una hora los piratas se habían hecho con la aldea apresando a diez hombres, tres mujeres jóvenes y un niño de diez años, dejando a más de una docena de muertos junto a las casa saqueadas. El botín no había ido malo pues aún de no llevar objetos y joyas de valor, al ser gente muy pobre, si llevaban buenos esclavos que vender en Argel, con lo que compensaría con creces la incursión en tierra de cristianos.

Entre los cautivos se encontraba Manuel, alcalde pedáneo de la aldea, y Juanito, su hijo de diez años, ya que la madre había sido alcanzada por el disparo de uno de los piratas al no dejarse violar e intentar clavarle un cuchillo en un ojo. La desolación entre los apresados era total máxime cuando sabían lo que les esperaba en allende. El arráez dio orden de partir de inmediato al ser informado que las autoridades de Almuñécar habían mandado a los soldados acuartelados en el Castillo de San Miguel contra ellos. Manuel no dejaba de pensar cómo sabían los pitaras moros cuando la aldea estaba más desprotegida, pero todo se aclaró cuando uno de sus vecinos charlaba animosamente con el Arráez berberisco.

-En la playa de Cantarriján podremos aguar y pasar la noche sin que los soldados nos molesten.

-¡Maldito traidor has vendido a tus vecinos y amigos!, gritó Manuel desde la bodega del jabeque.

-Calla estúpido cristiano, ¿creías que ibais a robarnos nuestra tierra sin pagar por ello?

Así Manuel comprendió que aquel morisco que apareció seis meses atrás por La Herradura pidiendo trabajo y que él le había acogido como uno más de entre sus vecinos, sólo quería obtener información para pasarla a sus verdaderos hermanos de Berbería. Todas aquellas muestras de fe cristiana habían sido una farsa para ocultar sus verdaderas intenciones. Miró a los que le acompañaban en tan terrible trance y vio en sus ojos el miedo y terror que les invadía. Sólo su hijo, como si estuviera ajeno a la tragedia, miraba hacia la cubierta del barco sin derramar una sola lágrima. El sufrimiento de ver a su madre muerta le había dejado en este trance, pensó Manuel.

Cuando el jabeque bordeaba Cerro Gordo hacia Nerja para adentrase a mar abierto, Juanito, en un descuido saltó al agua nadando desesperado hacia la cercana Cueva de las Palomas.

-Si se escapa estamos perdidos, pues sabrán donde nos refugiamos, dijo el traidor morisco mirando por la borda del barco, con la mala fortuna que una ráfaga de aire hizo cambiar la vela del barco, golpeándole y abriéndole la cabeza como si fuera una sandía. El Arráez pensó "uno menos con el que repartir" y dio orden de echar un bote en persecución del niño. Así, dos fueron los piratas que se subieron y empezaron a remar. Mientras, Juanito había alcanzado a nado el interior de la cueva que parecía que estuviera iluminada por una luz blanca y difusa.

-No tengas miedo Juanito, sube por las piedras y escóndete bien adentro, dijo una voz desde algún lugar de la cueva.

-No tengo miedo, sé que la Virgen de la Antigua me protege.

En eso que los dos piratas entraron remando en la cueva, viendo como entre las piedras superiores un resplandor brillaba con insistencia. Subieron con cautela hasta donde se encontraba y observaron con incredulidad como un enorme arcón estaba lleno de monedas de oro. Se olvidaron de Juanito y entre ellos se juraron no decir nada al resto de la tripulación para no tener que compartir el tesoro. De pronto, apareció el Arráez con dos botes y el resto de sus hombres.

-¡Lleváis más de una hora aquí dentro!, ¿por qué tardáis tanto en dar muerte a un niño? Los dos piratas se miraron incrédulos y exclamaron "¡pero si acabamos de llegar a la cueva!

-Dejaos de estupideces. ¿Qué tenéis en los bolsillos que resplandece tanto? Los dos hombres miraron los bolsillos y vieron como estaban llenos de monedas de oro sin que ellos las pusieran allí.

-Malditos traidores, no queréis compartir vuestro hallazgo, y empezó una lucha entre ellos a muerte. Cada uno buscaba hacerse con el tesoro y de este modo, todos luchaban contra todos. Al final sólo quedó el Arráez en pie. Mientras tanto, Juanito se deslizó sigilosamente por las piedras y cogiendo uno de los botes de los piratas regresó al barco cuando ya estaba anocheciendo.

Que extraño, no hacía más de media hora que saltó por la borda, pensó Juanito. El barco estaba abandonado y los prisioneros fueron rescatados por el chico que informó a su padre de lo acontecido. Rápidamente dirigieron el barco de nuevo a La Herradura e informaron a los soldados del suceso, que volvieron a la Cueva de las Palomas en busca del capitán pirata y sólo encontraron dos botes hundidos sin rastro de piratas.

Dicen que quien entra en esta cueva consigue que sus deseos se conviertan en realidad, quien busca consuelo lo encuentra y quien busca riqueza también, aunque no siempre como desea.

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