Toros

José Tomás, toreo en estado puro

  • El madrileño corta nueve orejas, más dos y un rabo de manera simbólica al cuarto toro, 'Ingrato', de Parladé, al que indultó, en una actuación pletórica, tras la que salió a hombros por la Puerta de los Cónsules

GANADERÍA: Toros de Victoriano del Río, Jandilla, El Pilar, Parladé, Garcigrande, Toros de Cortés, de distintas hechuras y juego. El cuarto, de Parladé, de nombre Ingrato, fue indultado. TOREROS: José Tomás, de gris y oro. Único espada: dos orejas, dos orejas, dos orejas, dos orejas y rabo simbólicos, dos orejas y oreja. Incidencias: Plaza de toros de Nimes. Matinal. No hay billetes. José Tomás salió a hombros por la Puerta de los Cónsules y el público obligó a saludar al empresario, Simón Casas.

José Tomás salió a hombros del anfiteatro de Nimes, en el sur de Francia, en medio del delirio de la afición después de haber cortado en esta penúltima corrida de feria once orejas y un rabo, y de haber indultado al cuarto, de Parladé, un toro más noble que bravo de nombre Ingrato. Con un lleno de No hay billetes, con la reventa por las nubes, el torero español lidió en corrida matutina seis toros de seis ganaderías distintas.

De Victoriano del Río, gordo y bien hecho, noble, pero de recorrido algo corto; de Jandilla, encastado, algo complicado pero agradecido; de El Pilar, alto, largo, encastado y noble por el derecho; de Parladé, bonito, muy doble, indultado a pesar de no haberlo visto en el caballo, donde fue al relance y sin ponerlo en suerte; de Garcigrande, bajo de casta; y de Toros de Cortés, descastado y parado.

José Tomás, de pizarra y oro, dejó quites variados y marcados del sello de su aguante. Si hay que ponerle un pero a este festejo ya calificado de histórico, será que, de los seis muy bonitos toros, los tres últimos carecieron algo de trapío, y que ninguno se pudo lucir en varas. Según Aristóteles, la catarsis es la facultad de la tragedia de redimir al espectador de sus propias bajas pasiones al verlas proyectadas en los personajes de la obra, y al permitirle ver el castigo merecido e inevitable de éstas; pero sin experimentar dicho castigo él mismo. Y de esto se trató durante la matinal de Nimes gracias a un José Tomás más solemne y ético que nunca, gracias al cual el público pudo comprobar la diferencia que existe entre el toreo puro y el que lo es menos, a pesar de haberse puesto de moda.

En la historia del anfiteatro de Nimes, que es a la tauromaquia lo que la Fenice o la Scala al arte lírico, habrá pues un antes y un después de la encerrona de José Tomás, no solo por la estadística, sino sobre todo por la manera de conseguir cada uno de estos trofeos. Hubo triunfalismo, por supuesto, y la cosa empezó con una ola digna de la final del Mundial, antes incluso de que empezara el paseíllo. Pero este triunfalismo fue lo de menos en una matinal en la que prevaleció el toreo clásico, hondo y ligado, que tanto se añora a lo largo de muchas tardes, donde el toreo posmoderno se ha convertido en una noria sin fin durante la cual desaparecen las reglas más clásicas del toreo.

Lo que hizo José Tomás en Nimes fue, al contrario, enseñar otra vez la verdad del toreo a base de muletazos que tenían un principio y un final, eso sí, ligados en los terrenos adecuados, sin abusar del toro recortando en demasía las distancias. El toreo de siempre, con mucha naturalidad, y el valor a prueba de bomba que se le conoce desde siempre y que no han mermado las horribles cornadas que ha padecido a lo largo de su carrera.

De los seis toros escogidos con mimo para la efeméride, decepcionaron el de Toros de Cortés, lidiado en último lugar, y el de Garcigrande, en quinto: el primero de ellos, por rajado, y el otro, por falta de raza y movilidad. No le importó mucho a José Tomás, que en ambos casos demostró su gran capacidad actual, estando muy por encima de ambos, cortando además las dos orejas del quinto, al que mató, como toda la mañana, de un espadazo fulminante.

Por supuesto, esto de matar pronto de forma ortodoxa, sin usar algunas de las trampillas al uso desde hace unos años, influyó en el resultado numérico de la matinal. Pero lo más importante fue lo otro: un toreo solemne que ya no se ve en los ruedos, un empaque majestuoso basado en mucha verticalidad y aguante, y, sobre todo, una capacidad tremenda para templar con mucha verdad.

La gran virtud de la catarsis aristotélica -y en este caso de la tomista- es que, cuando se produce de verdad, hunde a los espectadores en una experiencia única, de la cual, tras haber sentido la compasión y el miedo sin tener que jugarse la vida puesto que otro con el que se identifican lo hace por ellos, experimentan la purificación del alma de esas pasiones.

Eso es lo que pasó en Nimes, donde 14.000 almas salieron de la plaza soñando con el toreo de verdad, y echando de menos probablemente que esto no se repita treinta veces al año y en cosos de mayor relieve: Sevilla, Madrid, Bilbao... Si tal fuera el caso, la Fiesta se desempolvaría probablemente de muchas de las imperfecciones que poco a poco se van considerando como norma.

Pero ahí queda José Tomás, y, si no se prodiga, que por lo menos sus compañeros se vayan inspirando, bebiendo como él de la fuente clásica del toreo y de su ética.

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