Toros

Lección magistral de Antonio Ferrera como fin de Feria de Otoño

El diestro Antonio Ferrera dictó una lección magistral de como cortar una oreja de ley a un toro de Adolfo Martín por el que nadie apostaba en el festejo con el que se echó el cierre a la Feria de Otoño. La última corrida de la Feria de Otoño dejó para el recuerdo un perfecto ensayo de cómo rozar la excelencia, firmado por un genial Antonio Ferrera.

Un Ferrera que aunó un compendio de cualidades muy difíciles de conjuntar en una misma faena como el magisterio, la torería, la capacidad, el temple, ¡qué maravilla es eso del temple!, la suficiencia, la personalidad y un entendimiento total de terrenos, y de todos y cada uno de los pasajes de la lidia.

Fue en el cuarto, toro con el que brilló ya con el capote en dos quites, uno por verónicas y otro por chicuelinas a la salida de la segunda vara, abrochados ambos con dos medias sublimes, acheneladas se llaman ahora por recordar las que ejecutaba el maestro Antoñete, de esas arrebujadas que paran hasta el tiempo. En banderillas, sin embargo, no estuvo tan bien, y eso que de siempre han sido su especialidad. Pero esta vez hubo demasiadas excentricidades: el número del capote en los medios, carreras de aquí para allá, cambios de posición a última hora y desigualdades al clavar. Pero lo mejor estaba por llegar. En la muleta. La apuesta del extremeño fue total; buscó los terrenos idóneos para plantear batalla a un toro por el que nadie apostaba, muy bajo de raza y sin apenas empuje. Pero ahí estaba el hombre, perfecto tanto en la colocación como en las distancias, provocando las embestidas muy en corto para tirar de ellas y enroscarse con mucho sentimiento. Pasajes cumbres por el mérito de robar esos muletazos, a todas luces, inexistentes, y por el abandono y el desmayo que fue experimentado el torero, que llegó a prescindir de la ayuda para torear con mucha naturalidad por el derecho. La plaza era un manicomio de olés, lo que espoleaba a Ferrera para seguir bordando el toreo. No fue faena ligada, pues era imposible por la condición del toro, pero los soberbios muletazos que firmó dieron entidad, ritmo y mucha consistencia a su obra. No entró la espada a la primera, pero ese pinchazo previo no fue óbice para que le concedieran una oreja de ley, a pesar de las protestas y el disgusto de los mismos de siempre. Peor para ellos, pues eso que se perdieron por no querer o no saber valorar lo que de verdad pasó en el ruedo.

El resto de la tarde puede resumirse en pocas palabras. La corrida de Adolfo fue una mansada con pitones. Toros que se tapaban por la cara pero escurridos y totalmente vacíos por dentro. El mismo Ferrera nada más que pudo mostrar disposición y serenidad con el marrajo que abrió plaza.

De Castaño sólo cabe destacar su cuadrilla, pues él no estuvo. No tuvo toros, si, pero se le vio en sus dos faenas demasiado desconfiado, al hilo y vaciando siempre los muletazos hacia arriba y hacia fuera. El destoreo en suma. Y con la espada... para olvidar.

Y Fandiño, que cumplía su segundo compromiso otoñal, se estrelló de bruces con lo imposible. Sorteó el de Orduña dos mansos infumables con los que quiso mucho pero no pudo.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios