Toros

Rafael Cerro, un torero con calidad

  • El extremeño destaca en un festejo de larga duración · El mexicano Sergio Flores cumple con oficio · El sevillano Juan Ortega, que hacía su presentación en la Maestranza, sorprende gratamente

GANADERÍA: Novillos de Montealto, en conjunto bien presentados y de juego deslucido. TOREROS: Sergio Flores, de malva y oro. Dos pinchazos y estocada (silencio tras aviso). En el cuarto, pinchazo y pinchazo hondo (silencio). Rafael Cerro, de azul y oro. Estocada (saludos tras ovación). En el quinto, pinchazo, pinchazo hondo y dos descabellos (vuelta al ruedo). Juan Ortega, de crema y azabache, que se presentaba en esta plaza. Estocada (saludos tras ovación). En el sexto, media (ovación). Incidencias: Plaza de toros de la Maestranza de Sevilla. Jueves 7 de junio de 2012. Tradicional corrida del Corpus rebajada a novillada. Media entrada. Tarde calurosa, con algunas ligeras ráfagas de viento. Duración excesiva: dos horas y cuarenta minutos.

El extremeño Rafael Cerro se impuso con calidad a su lote, de la ganadería de Montealto, que envió un encierro en conjunto bien presentado y de juego deslucido.

Cerro estuvo a punto de conseguir un trofeo del quinto novillo -mansote y manejable- que se esfumó por el fallo con la espada. El novillero realizó una faena en la que prevaleció el gusto ante un toro que se apagó pronto. Apostó fuerte desde el comienzo. Se fue frente a toriles para una larga cambiada de rodillas, de la que salió volteado, quedando todo en un susto. De pie, muy bien en un ramillete de verónicas que abrochó con una media a la cadera. También se gustó en unos delantales. Comenzó su faena en los medios y con la diestra. La primera tanda no pasó de entondada por el viento. Con el animal en las rayas, dibujó otra buena serie. Con la izquierda, hubo mayor calidad. Ligó naturales en una serie que caló con fuerza en el público. Luego, descendió la intensidad, con el animal a menos. A lo largo de la faena, hubo excelentes pases de pecho y bellos y variados remates, como un pase del desprecio, otro de la firma y trincherillas. El epílogo, con unas bernadinas de infarto (por lo ajustadas) elevó la emoción. Se preveía premio. Pero el torero no hizo la cruz -que diría Rafael el Gallo- al entrar a matar y pinchó. Otro pinchazo hondo y dos descabellos acabaron con la posible petición de oreja. Sin embargo, el novillero se marcó una vuelta al ruedo, pese a protestas de varios aficionados de la sombra.

Cerro se las vio en primer lugar con un novillo manejable, con tendencia a tablas. Muy dispuesto, lo recibió con un farol de rodillas y sumó otro, también de hinojos, en las rayas. Faena basada en la diestra. El torero volvió a echarse de rodillas para una primera tanda entonada. Ya de pie, en las rayas, aguantó las dudas del burel, en una serie en la que dibujó templados derechazos. Cerró con otra en la que sorprendió con un cambio de mano. El ejemplar de Montealto se rajó y refugió en tablas. Y todo quedó en una fuerte ovación tras una estocada.

El mexicano Sergio Flores cumplió con oficio ante un lote complicado. Su primero fue sustituido por inválido. Saltó un sobrero del mismo hierro, que resultó incómodo, ya que acometía topando por el pitón derecho y echaba la cara arriba por el izquierdo. Lo mejor fueron los lances de recibo a la verónica. La faena no pasó de aceptable. Y en la suerte suprema: susto de órdago. El animal le pegó un testarazo tremendo al torero, que no afortunadamente no tuvo mayores consecuencias.

Con el descastado y deslucido cuarto, Flores concretó un trasteo porfión e insulso. Sacó algunos muletazos estimables por el derecho. Por el izquierdo era tarea difícil, pues el animal lanzaba tornillazos.

El sevillano Juan Ortega, que se presentaba en esta plaza, supuso una grata sorpresa. Merece la pena verlo de nuevo. Tiene un concepto del toreo muy bueno y apuesta por el temple y la despaciosidad. Ante el tercero, que se apagó pronto y acabó más parado que el caballo de un retratista, ganó terreno a la verónica con buen aire. En el trasteo se alternó algún desarme, con una colada escalofriante y varios muletazos de muy buen corte. Se jugó la vida en una estocada en la que el novillo le puso los pitones en el cuello.

Con el burraco sexto tampoco tuvo una oportunidad clara. El novillo, que humillaba, apenas si tenía recorrido. Ortega, tras una templadísima apertura, dibujó algunos derechazos y naturales lentísimos, hasta que el animal se aplomó.

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