Toros

Tres orejas de poco valor para la voluntad de la terna

segunda corrida de la feria de san sebastián Ganadería: Dos toros, despuntados para rejones, de Fermín Bohórquez, bien presentados, nobles y de muy escasas energías. Y cuatro de Garcigrande, para lidia ordinaria, terciados y de poca seriedad en las cabezas, de juego deslucido por falta de raza y de fuerzas. TOREROS: Pablo Hermoso de Mendoza. Rejonazo trasero contrario (silencio); rejonazo trasero contrario (oreja). Julián López 'El Juli'. Estocada caída muy trasera (oreja); estocada trasera caída (ovación). Miguel Ángel Perera. Estocada trasera desprendida (ovación); estocada baja (oreja tras aviso). INCIDENCIAS: Plaza de toros de Illumbe. Tres cuartos de entrada.

Con una oreja por torero, y las tres de muy generosa petición y concesión, se cerró la segunda corrida de la Semana Grande de San Sebastián, deslucida por la falta de raza y fuerza de unos toros con los que los actuantes pusieron más voluntad que logros evidentes.

Otra tarde más se echó en falta el buen toreo, el de la faena rotunda, para animar como merece la vuelta de las corridas de toros a San Sebastián.

Hubo, eso sí, orejas para los tres actuantes de la terna, el rejoneador Hermoso de Mendoza y los matadores El Juli y Miguel Ángel Perera, pero ninguna de ellas tuvo mayor peso específico que el de un premio de consolación.

Abrió plaza el jinete navarro, que tuvo un lote del hierro de Fermín Bohórquez absolutamente inválido, dos toros nobles y de buena presencia pero sin energía alguna y afligidos a la mínima persecución de los caballos.

Hermoso de Mendoza tuvo en todo momento que sostener las endebles embestidas de ambos, galopando de manera precisa y templada para no forzarlas y manejando las riendas con sutileza.

Logró así momentos de cierto lucimiento, aunque perdieron vigencia cuando falló varias veces al clavar banderillas al final de la faena a su primero. En cambio, un remate más espectacular sobre el valiente Pirata, con un par de cortas a dos manos, fue suficiente para que se le pidiera, y concediera, la oreja del otro.

Antes ya le habían dado otra de similar cariz al Juli por una faena tesonera con el primer toro de Garcigrande, al que, a pesar de su falta de clase, el madrileño acabó encelando en la muleta en unas cuantas series de toreo en paralelo, hasta que el animal acabó aburriéndose por completo.

La defectuosa estocada con que remató el trasteo no fue óbice para que el Juli paseara un trofeo que ya no pudo doblar con el otro astado de su lote, un animal desclasado también, pero además pegajoso y molesto, con el que nunca llegó a sacar nada en claro pese a su vano empeño.

El trofeo que paseó Perera llegó ya a final de corrida, pues el tercer toro, con el que el tercio de varas fue un triste simulacro, no tuvo apenas fuerzas para aceptar las muchas exigencias del concepto del extremeño.

En cambio, el sexto, el más rematado de carnes de la corrida, tuvo más aguante dentro de esa generalizada falta de raza de la corrida. Y Perera estuvo con él firme y seguro, aguantando con quietud su mal estilo defensivo, sólo que sin ir mucho más allá en ese largo alarde de quietud.

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