Toros

La sombra de dos sobreros

  • El sobrero de La Dehesilla jugado de segundo bis, toro particular · Recuerdo vivo del sobrero del Conde de la Maza del 2 de abril

Las ferias taurinas largas están dotadas de un raro poder. Es el poder de cambiar de perfil. Lo cual supone que una corrida, un toro y un torero se vean o puedan verse mejor o de otra manera en la perspectiva del tiempo. Como si tuviera vuelta de hoja algo que no lo tiene: un toro muerto. Por ejemplo, el sobrero del Conde de la Maza que vino a jugarse de segundo bis en la séptima del abono. El miércoles 2 de abril.

Parece que ese toro fue y pasó hace muchísimo tiempo. No tanto. Nueve días con sus noches. Hace, por tanto, cuarenta toros. Cuarenta han sido los toros muertos a estoque en la Maestranza desde aquel sobrero. Los tres días de los vendavales con sus tres corridas de feria suspendidas se han comido dieciocho toros más. Si se hubieran jugado, sería entonces hace casi sesenta toros.

Y, sin embargo, tampoco se habría ido de la memoria ese sobrero del Conde de la Maza. ¿Por qué? Por raro, por serio, por casi, casi fiero. Los revisteros taurinos franceses suelen medir los toros por su grado de combatividad. Entre nosotros ha cundido, en cambio, la ambigüedad y la confusión en torno a ideas tan capitales y enfrentadas como la bravura y la mansedumbre. En la época actual, la del toro moderno, el debate en torno a la casta y sus provincias limítrofes ha generado una maraña verbal. Tan pegajosa que lo difícil es hablar de toros sin pillarse los dedos ni morderse la lengua.

La idea de la combatividad no admite medias tintas ni tintes entreverados. ¿Y si hubiera que definir sucintamente la combatividad? ¿Resistencia, movilidad, presteza, agresividad? Las cuatro cosas juntas. Las cuatro tuvo aquel sobrero tan particular de los Maza. Cinqueño, como denunciaba el cuajo de sus muy serias hechuras. Su imponente remate. ¿Bravo al clásico modo?  Algo más que eso. Porque la bravura moderna se distingue por su refinamiento, y tal refinamiento se entiende como una reducción progresiva de la fiereza.

Ese proceso empezó en realidad hace casi un siglo y no todos los ganaderos dieron a tiempo con la fórmula de reconvertir la fiereza en algo más sutil. A esa cosa más sutil podríamos llamarla, sin más, combatividad. En los encastes de procedencia Carlos Núñez, uno de los dos fundadores del toro moderno en el mejor sentido de la palabra, la combatividad es una señal inequívoca. Casi una constante. Dos de los tres sobreros jugados ayer en la Maestranza eran de procedencia Núñez. De José Luis Pereda los dos. Uno con el hierro de La Dehesilla, jugado de segundo bis; y otro, con el del propio nombre del ganadero.

En el de La Dehesilla se hizo visible, sólo en parte, el estilo aquel con que nació la idea del toro moderno. Se hace difícil atar el cabo que une el sobrero del Conde de la Maza con este otro de Pereda. Pero el cabo está ahí y no debería quedarse suelto. Muy pulida se encontraría Pereda la vieja fiereza de los toros de Núñez cuando se hizo ganadero de bravo. No tanto el Conde de la Maza. Terminará la feria y, cuando se haga recuento sin vendas ni orejeras, tomarán renovado vigor la estampa y el estilo del sobrero del 2 de abril. Con el que se empleó tan a fondo y tan sin reconocimiento Matías Tejela. Hace de eso unos cuantos toros, sí. Cuarenta.

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