Vivir

El verano africano

  • África CAÑO es una médica granadina nacida en Marruecos, de ahí que África la llamara, no sólo para nombrarla, sino para vivir un verano que cambió su manera de pensar. Ahora lo plasma como presidenta de la ONG Medicus Mundi Andalucía y ginecóloga del Hospital Universitario San Cecilio (PTS)

Sor Cristina atiende a los niños en el hospital de Tanguietá (Benin) en el verano del 97.

Sor Cristina atiende a los niños en el hospital de Tanguietá (Benin) en el verano del 97. / FOTOS CEDIDAS POR ÁFRICA CAÑO

El verano de 1997 conseguí, a través de un familiar misionero de La Salle, que me aceptaran en un hospital africano de la Orden de San Juan de Dios. Llevaba muchos años deseando hacerlo. En aquellos momentos ya estaba trabajando como ginecóloga en el Hospital San Cecilio, tenía unos años de experiencia y me gustaba cada vez más mi trabajo, así que me pareció una oportunidad única de poder conocer, en el terreno, cómo era ser médico en un país sin recursos.

Salí para Tanguietá (Benin) el 31 de agosto. Ese día nos despertamos con la noticia de la muerte de Lady Di. Recuerdo que iba cargada con dos maletas llenas de material médico, gracias a la generosidad del hospital, y una gran mochila con mis enseres, entre los que no faltaban las lociones antimosquitos, tabaco (yo fumaba mucho entonces) y libros de lectura, aunque menos de los que hubiera querido. Mi amiga María Ángeles me decía: "Son muchísimos, eres una exagerada con la lectura... No tendrás tiempo". Sí lo tuve y los eché de menos.

Me recibieron muy bien en el hospital. Las hermanas fueron muy amables y me asignaron una habitación en un pabellón que estaba fuera del perímetro del hospital, dedicado a alojar a los equipos sanitarios que a veces se desplazaban a diversas campañas quirúrgicas. Ese mes estaría sola, algo que no me importó en esos momentos. Cuando llegó la noche y me vi allí sola, solita, alejada del hospital con los miles de ruidos de la noche africana, sin luz, gracias a una tormenta africana increíble, pasé mucho miedo y estuve toda la noche preguntándome qué se me había perdido allí, arrepintiéndome incluso de mi empeño en conocer 'otra medicina'.

En cuanto amaneció me plantifiqué en la casa de las hermanas. No le dieron importancia a la tormenta y me preguntaron si había pasado miedo. "En absoluto", contesté rápidamente. No estaba dispuesta a que pensaran, después de haber llegado hasta allí, que era una persona miedosa, incapaz de asumir el trabajo al que me había comprometido.

En el hospital ya sabían de mi llegada y fui conociendo a todo el personal. Los africanos son muy acogedores y les encanta hablar. Rápidamente actualicé mi francés y me pusieron al día sobre mis tareas. Trabajaría con el ginecólogo titular los primeros días, luego él se marchaba de vacaciones y un joven ginecólogo africano, recién salido de la facultad, y yo nos haríamos cargo del trabajo.

Nunca había imaginado, hasta que llegué a Tanguietá, lo que podían sufrir las personas por la falta de recursos sanitarios y de todo tipo. Y eso que el hospital estaba bien organizado y proporcionaban tratamiento, con muy pocos recursos y mucha voluntad, a muchísimas personas de toda la región. Había mujeres que venían a parir al hospital, sin grandes problemas, aunque casi todas estaban anémicas y muchas malnutridas, con parásitos, pero se las asistía y cuidaba bien. Lo terrible eran aquellas mujeres que traían al hospital en mal estado tras estar días de parto. Las que tenían más suerte, en pequeñas motos, las ataban al conductor para que no se cayeran; otras en pequeñas carretas, llegaban exhaustas, desangradas a veces sin posibilidades, ni solución, morían y no tenían fuerzas ni para llorar o gemir, los ojos grandes y llenos de dolor.

Yo era consciente, antes de ir, de la enormidad de la mortalidad materna e infantil en estos países, pero no imaginaba lo terrible que era ver morir por la carencia de recursos que para nosotros son básicos. Como contar con un centro sanitario cercano con medios y tener profesionales cualificados para la asistencia al parto.

Trabajé todo el mes. Aprendí mucho con los médicos africanos. Me pusieron a prueba los primeros días, imagino que para comprobar si la 'blanquita' daba la talla y aguantaba su ritmo maratoniano de quirófano, la dureza de la clínica diaria, el sufrimiento de las mujeres y niños enfermos... No tardaron en acogerme. Teníamos largas conversaciones sobre África y sus problemas. También les encantaba que les contara cosas de España, de mi hospital en Granada, de cómo solucionábamos las cosas aquí. A veces no se creían que aquí, en nuestro país, algunas situaciones eran impensables y no las había visto ni las vería posiblemente jamás.

Pasaba el día en el hospital y paseaba por los pabellones, saludando a todo el mundo. Creo que decía "bonjour" un millón de veces al día. Siempre había sonrisas y a las mujeres les hacía mucha gracia el pelo corto y naranja que llevaba. En cambio a los niños no les hacía ninguna y al principio se asustaban cuando sus madres me los daban para cogerlos en brazos.

Estoy muy agradecida a las hermanas de la Caridad, los hermanos de San Juan de Dios y los médicos y matronas de Tanguietá, por haberme permitido compartir con ellos ese mes de septiembre de 1997. Me llevé de África una experiencia única. En Tanguietá me proporcionaron una visión del mundo que me faltaba, y abrieron un camino en la cooperación que hoy sigue presente en mi vida.

Me fui buscando 'otra medicina' y lo que encontré fue otra manera de ver y estar en el mundo, encontré muchas personas excepcionales, abiertas, cálidas, solidarias y sin prejuicios.

África me dio mucho más de lo que yo pude darle, por eso siempre estaré en deuda y me sentiré ligada a ella, y no solo por compartir con ese continente el nombre.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios